Hace unos años, los padres eran vistos con respeto por sus hijos, quizás demasiado en muchas ocasiones. En cambio, en la actualidad la mayoría de progenitores se quejan de que sus pequeños se portan mal, y de que no consiguen que les hagan caso, con lo que se hace muy difícil la convivencia diaria.
Lo peor de todo es que estos casos no son aislados.
La verdad es que una situación tan generalizada, que hace pensar que las padres que no la sufren se pueden considerar como verdaderos privilegiados.
La influencia de la sociedad
Debido al ritmo de vida que marca nuestra sociedad actual, muchos padres pasan pocas horas al día con sus hijos. Esto implica que los niños crecen, y van desarrollando sus habilidades, en manos de abuelos, cuidadores y educadores. Evidentemente, todos están muy capacitados para su tarea, pero la relación con los padres se resiente.
En este ambiente, los padres ven como sus hijos se rebelan muchas veces contra lo que ellos les dicen, en buena parte porque al no estar nunca juntos, tienen muy pocas ‘armas’ para ejercer poder sobre sus actitudes. Aquí está el origen de aquella frase de los padres de ‘mi hijo no me escucha’.
Las justificaciones de los padres impotentes
Los padres ven como sus hijos, desde muy pequeños, no les hacen caso, e ignoran sus pautas más básicas de comportamiento pero, en lugar de enfrentarlo como un problema en el que ellos tienen su parte de culpa, lo justifican en la mayoría de los casos con excusas de todo tipo, desde que la escuela debe ser un agente educador a que no tienen la formación adecuada como para solucionar el problema de la desobediencia de su hijo.
Es cuando llegan a este punto que los padres, que en un primer momento han ido dejando pasar el problema hasta que se ha hecho demasiado grande, buscan soluciones imposibles, como pretender que el médico medique a su hijo para solucionar sus problemas de conducta.
De hecho, podemos resumir la situación diciendo que, entre padres e hijos, se establece una tormenta emocional de proporciones increíbles. Y los adultos, en lugar de aprender a manejar sus relaciones fraternales, se ponen aun más nerviosos, con lo que se inicia un círculo vicioso que solo consigue empeorar aun más la situación.
Cómo controlar a un niño con mal genio
La verdad es que los niños se enfadan simplemente cuando se les lleva la contraria, pero hay que reconocer que hay pequeños con un carácter especialmente complicado, por su mal genio. A ellos hay que prestarles atención específica, si se quiere conseguir que dominen sus reacciones negativas.
Para ayudar a un niño con problemas de mal genio a dominarse, es importante que se le inculque la necesidad de hacer ejercicio físico. De esta manera, quemará buena parte de sus energías y conseguirá canalizar su ansiedad o nerviosismo mucho mejor.
También es necesario que los padres le ayuden a manejar sus sentimientos, tanto a la hora de manifestarlos con palabras o haciendo alguna actividad artística o deportiva.