Si nos aferramos a la culpa, nos paralizamos y recurrimos a la queja para no hacer nada. No te escudes en que tus jefes no son responsables como la excusa para no hacer tu trabajo: puedes jugarte el puesto. No olvides quien manda, pero aprende a gestionarlo, de lo contrario la culpa te plantará cara.
Uno de los personajes más antipáticos que convive en la oficina es aquel que elude responsabilidades. Muchos han hecho del escaqueo su forma de vida, y son unos artistas para escapar inmunes de la culpa. Pero, ¿qué sucede si es el jefe el experto en esta táctica?
Marta Romo, socia de la consultora de recursos humanos Be-UP, hace una puntualización: “No es lo mismo culpa que responsabilidad. Si hablamos de culpa, el jefe no tiene la culpa de nada. Si lo hacemos de responsabilidades, él es el responsable último de lo que tiene que ver con su equipo y con sus resultados. Sin embargo, esto no justifica ni exime al colaborador de dar cuentas de su trabajo, ni hace culpable al jefe de todo lo que acontece”.
Por lo tanto,escudarse en otras personas no es lo más recomendable para eludir el propio trabajo. Y, a menudo, la culpa no hay que buscarla fuera, sino en la propia persona, aunque cuando las cosas van mal, la tentación de mirar hacia el jefe sea muy fuerte. Romo cree que “los empleados han convertido en un hábito el no asumir sus responsabilidades ante un problema, y en un elevado porcentaje se debe a que el jefe lo ha permitido”.
No obstante, en el tándem jefe-empleado quien puede tener más culpa es el que manda. Javier Catalina es profesor en la EOI, director financiero de Schindler y experto en temas de inteligencia emocional y coaching. Advierte que varios estudios de psicólogos de empresa demuestran que entre el 50 y el 70% del rendimiento de un equipo viene determinado por el jefe: “En su mano está gestionar bien un grupo de trabajo y que éste obtenga resultados”. Catalina apunta que, llegado el caso, ese individualismo del mal jefe que hace inestable un buen clima laboral, se destapa con el trabajo en equipo, “es la gran herramienta que prevalece ante la solución de cualquier problema”.
Los jefes buenos son los peores
El conflicto surge en el momento de lidiar con los malos jefes y con los que de verdad son los peores. Romo explica que “en ocasiones, sólo hablamos de malos jefes cuando nos referimos a personas autoritarias, rígidas o directas. Y en realidad, en el otro extremo, jefes permisivos, complacientes e hiperprotectores, también son malos jefes, aunque estén mejor vistos, socialmente”.
Los buenos son aquellos que, al margen de la culpa, son capaces de identificar a lo peor que hay a su alrededor. Para tratar de fulminar a los profesionales que echan la culpa al jefe, Romo recomienda un cambio de actitud en el jefe: “Tiene que implicar en los proyectos a estos malos profesionales, pedirles participación a la hora de aportar ideas o de tomar una decisión, informarles sobre las implicaciones y consecuencias de sus actos, trabajar con algún mentor, implicarles en trabajos de equipo. Creo que el trabajo en este sentido, tiene que ver con alimentar el compromiso”.
Catalina piensa que este tipo de comportamientos en los que se eximen responsabilidades son como un virus para la empresa. Propone “tratar de comprender por qué esta persona tiene esa actitud. A veces es falta de motivación debido a problemas personales que proyecta en el resto”. Pero también, en el caso de los jefes, el trasfondo es un problema de liderazgo: “Si un directivo elude la culpa y las responsabilidades puede que esté fuera de lugar. En estos casos conviene establecer un cauce de comunicación. A veces un cambio de puesto puede ser la mejor solución”.
¿Qué sucede cuando el jefe quiere cargar con toda la culpa? Esa tampoco es una buena opción. Un exceso de responsabilidad, tratar de acaparar todo, puede ser pernicioso, tanto para el jefe como para quienes le rodean. “El perfil de estos acaparadores, que funcionan por hiperresponsabilidad, tiene que ver con la necesidad de control y con la dificultad para confiar en otra persona. Creen que solo ellos pueden hacer su trabajo bien o mejor que los demás. Su prioridad es ser protagonista en los buenos y malos momentos, porque para ellos, lo importante es recibir atención y así lo consiguen siempre”, señala Romo.
Los buenos jefes delegan, aconsejan, evalúan, no son permisivos y dicen las cosas claras. Por regla general, cargan con parte de la culpa, la que les corresponde… porque no siempre tienen la culpa de todo.
Autor Montse Mateos