Hatchard's, en Londres
Las redes sociales nos bombardean con listas de todo tipo, la mayoría de ellas absurdas, algunas curiosas y otras más o menos interesantes (según sean los intereses de cada cual, claro). Como bibliómana que soy, no tengo otro remedio que fijarme en todas aquellas que se refieren al mundo de los libros: las bibliotecas más hermosas, los 10 mejores libros de tal o cual tema/género (ya que estamos, aprovecho para confesar que yo misma incurro a veces en la confección de listas de este tipo, sólo tienen que ir a la web de El Buscalibros si quieren verlas), las librerías más espectaculares o más pintorescas de tal ciudad/tal país/el mundo mundial... No negaré que me guste ver hermosas bibliotecas -aunque muchas aparecen en estas listas más por lo valioso u original de su arquitectura que por su contenido libresco- y por supuesto una agradece que las librerías se encuentren en locales bien iluminados y con una bonita arquitectura. Pero, francamente, no es eso lo que yo le pido a una librería. Se habla mucho de "la muerte de las librerías", de que la compra online está acabando con las librerías físicas. Pero si yo sigo frecuentando librerías, y comprando en ellas, es porque me ofrecen algunos alicientes que internet no es capaz de imitar. Ante todo, vaya por delante que para mí un "comercio que vende libros" no es automáticamente una librería. Demasiado a menudo algún conocido se queja de que ha ido a buscar tal o cual título en la librería de XXX (póngase aquí el nombre de alguno de esos almacenes de libros que tanto despachan a Proust como unas zapatillas de deporte o un pintalabios) y ha tenido que salir sin él. Mi respuesta, invariablemente, es "Es que eso no es una librería, es un lugar donde venden libros". Una diferencia sutil, pero esencial. Una librería vende libros, faltaría más, pero eso no basta para que uno se cuelgue el cartel de librería. Así pues, ¿qué requisitos debe reunir mi librería ideal? Posiblemente no todos los lectores compartan mis gustos y mis manías, de modo que lo que sigue debe considerarse como una particular carta a los reyes de una lectora voraz.
El más importante: debe ayudarme a hacer descubrimientos. Para mí, eso no quiere decir simplemente exponer en lugar bien visible las últimas novedades editoriales. Eso se da por supuesto. Además, aunque es imposible estar al tanto de todo, si uno sigue unas cuantas revistas literarias y vigila lo que se cuece en las editoriales (algo muy sencillo en estos tiempos de Facebook e Instagram), puede estar razonablemente informado de qué es lo último de tal autor relevante, o de qué nuevos talentos parece que despuntan en el panorama literario. La buena librería -debería decir mejor "el buen librero", en este oficio que depende tanto del criterio personal- debería ayudarme a descubrir lo que yo ignoro que existe o, más importante aún, ayudarme a establecer vínculos entre libros aparentemente inconexos. Más que concentrarse en vender libros, la librería debería hacer propuestas de lectura; cuanto más variadas, mejor. Un magnífico ejemplo de esto podría ser la librería Compagnie de París y sus escaparates temáticos: el librero ofrece al lector un variado ramillete de libros en torno a un tema, que va cambiando cada mes. Allí hay de todo: ensayo, ficción, autores clásico, autores oscuros. De repente, te ves rodeado de obras en las que nunca hubieses pensado a priori y es inevitable que al menos algunas despierten tu curiosidad.
Un escaparate dedicado nada menos que al silencio. Irresistible.
A lo mejor nunca habías pensado en ese tema, pero te parece atractivo; o se trata de un tema que siempre te ha interesado, y te sientes agradecidísima de que alguien haya rebuscado por ti en los catálogos y te ofrezca un ramillete de propuestas. En cualquier caso, un librero capaz de ofrecerme libros que de otro modo hubiesen caído fuera de mi radio de atención tiene garantizada mi gratitud eterna.
También una organización clara, pero no rígida, es muy loable. Si busco un libro concreto, me gusta poder encontrarlo por mis propios medios -sin tener que pedir socorro a nadie-, pero me gusta también que me sorprendan un poco. Digamos, por poner un ejemplo, que dentro de la sección de Biografías hayan establecido un apartado dedicado a obras en torno al Holocausto. Eso me permitirá encontrar lo que busco y tal vez encontrar algo que no sabía que buscaba.
Otro requisito que le hace ganar puntos en mi consideración a una librería es que ofrezca libros tanto nuevos como viejos. Sé que los libreros no tienen ninguna culpa en ello, pero los editores tienen la manía de no reeditar infinidad de obras relevantes. La única manera, entonces, de disponer de un fondo suficientemente rico es recurrir a los libros de segunda mano. A mi modo de ver, eso tiene la ventaja adicional de ofrecer una variedad de diseños, encuadernaciones y texturas (¡y precios!) que sin duda todo bibliómano agradece. Y es asimismo un aliciente para la compra: mientras que de un libro reciente sabemos que, si alguien compra ese ejemplar antes que nosotros, siempre se puede pedir otro, del libro viejo siempre queda la duda de si podremos volver a encontrarlo, por lo que hay que apresurarse a hacerse con él.
Naturalmente, es estupendo si la librería cuenta con algún sillón donde sentarse y hojear los libros, o tal vez un agradable café donde restaurar energías o quedar con un amigo lector. Las actividades como presentaciones, talleres y demás son un motivo para dejarse caer por allí y desde luego ayuda si los libreros son simpáticos y saben su oficio. Aunque, si he de ser sincera, yo a la librería voy por los libros. Lo demás son bonitos añadidos, pero puedo pasar sin ellos si encuentro todo lo demás.
Por suerte para mí, esta librería ideal existe. Es más, tanto en mi propia ciudad como en otras que he visitado, he podido encontrar libreros que saben cómo hacer su trabajo, que es nada más y nada menos que seducir al lector. Sedúzcanme. Si saben hacerlo bien, soy toda suya.