Mi madre se llamaba Libertad y yo fui un niño que soñaba.

Publicado el 09 marzo 2011 por Alguien @algundia_alguna

Discurso íntegro del escritor Antonio Soler en su Nombramiento como hijo predilecto de Málaga. 17.02.2006.

Mi madre se llamaba Libertad y yo fui un niño que soñaba. Ahora a aquel niño lo hacen Niño Prodigio. Para quienes no estén en la broma contaré aquella anécdota en la que un paisano del poeta Benítez Reyes le preguntaba si a él todavía no lo habían hecho Niño Prodigio de Rota, su ciudad natal. Bueno pues a mí sí, a mí me han hecho Niño Prodigio. De Málaga, mi ciudad.

No hay aquí una pizarra llena de ecuaciones o de logaritmos para resolver con los ojos vendados. No. No tengo los ojos vendados. Veo a los amigos. Si cerrara los ojos también los vería. Ese, se lo garantizo, es mi privilegio.

«Yo le di a la ciudad mis ojos primeros, mi corazón de viento», escribió en un libro doloroso y bello Francisco Umbral. Yo también le di a la ciudad mis ojos primeros. Y después elegí esta ciudad para vivir. Y la elegí como escenario para algunas de mis novelas. Pero nunca en esos libros Málaga ha sido un mero decorado. Ha sido la geografía de un sentimiento. Eugenio Gross, plaza Vasconia, barrio de la Trinidad, nombres cotidianos que intenté impregnar de poesía.

Mi corazón de viento. Aquí fui un joven que escribía, calle Mármoles arriba. Un joven sin porvenir que escribía La noche, la novela de un circo de vagabundos. Mi gente, mi arcilla.

Me encerraba y escribía, contra muchos elementos. A veces sentía que el mundo me había abandonado y, a pesar del calor de unos pocos, tenía un sensación de orfandad, de no ser de ninguna parte. Un apátrida, sin otro pasaporte que el de la literatura. Creo que nunca fui tan extranjero, que nunca estuve tan lejos de aquí, como en aquel momento, ni siquiera cuando tiempo después fui un malagueño errante que anduvo por los campos de Francia, remontó el Mississipi, miraba pasar el tiempo en un bar de Lisboa o entraba en las calles perdidas de Italia y aprendía que la belleza es un sacramento.

En aquel tiempo escribía con la determinación y la voluntad de quien sabe que su vida está en juego.

Siempre supe que la literatura era más que un oficio. Para mí era una actitud ante la vida, una forma de estar en el mundo. Un modo de ser. Una rebeldía. O eso o nada.

Me ha compensado con creces la literatura. Me ha traído libros, amigos, conocimiento, viajes, amor. María del Mar. Hoy vuelve a compensarme con toda su generosidad.

Quienes escriben en Málaga, quienes aquí pintan, hacen música, cine o teatro, están aquí conmigo. Los constructores de sueños, aquellos que no se conforman con la realidad tal como les viene dada. Los que enriquecen la vida de los demás con sus propios sueños.

Y no hablo de bohemios absurdos que sueñan banalidades. «En los sueños comienzan las responsabilidades», escribió Yeats.

Hablo de los indomables, de aquellos que ejercen la crítica. Los incómodos, los heterodoxos. Aquellos que se guían por un impulso ético de no claudicación, de rigor y compromiso con lo que escriben. Málaga ha sido paraíso de esa gente de vanguardia, esa es la ciudad que queremos, la que siempre está abierta y mira al mundo. De esa ciudad me consideraré hijo hoy y siempre.

Si a mí me hacen Hijo Predilecto, Málaga tiene gemelos, trillizos, familia numerosa. Si a mí me otorgan este honor lo hacen a toda una familia.

Por eso mi gratitud a esta corporación se multiplica. Siento un profundo agradecimiento personal, pero les aseguro que eso es lo de menos. Vanidad, orgullo, reconocimiento, palabras pequeñas. Mi gratitud mayor viene por la felicidad que este nombramiento produce a quienes conmigo van. Estén o no en este mundo. Que están.

Hace varios días, Esteban Pérez Estrada me felicitó por la distinción que hoy se me concede y lo hizo del mejor modo posible. Me dijo que se alegraba él y que se alegraba Rafael, mi amigo. Y me dijo que a partir de este momento Rafael Pérez Estrada y yo éramos hermanos. Hijos Predilectos de esta ciudad.

Hermanos. Luisito Sanjuán. Meliveo, Bayón, Cañeque, Garriga, estos benjamines que cogen el relevo, Pablo Aranda, Agustín, Corbata. Esta familia, esta banda.

Me han llamado el escritor de los desheredados. Poetas que no escribieron ningún verso, bailarinas, prostitutas, soldados prófugos -qué fue de aquel tiempo de banderas y fuego-, músicos acanallados, boxeadores sin futuro -Kid Padilla, un combate, una derrota-, los héroes de la frontera.

Una vez me preguntaron que cómo conocía tan bien a los débiles, a los olvidados, cómo me había metido en su piel. Y la respuesta es que nunca me metí en ninguna piel que no fuese la mía. Ellos soy yo. Soy uno de ellos. Alguien que nació entre los débiles y que se preparó para pelear allí donde no le correspondía, en el territorio de los fuertes.

Hoy es nuestro día. Hoy es el día de los que le dirigimos palabras a la noche. Un tiempo para los malditos, para los que le hablaron a una botella o a una página en blanco como si fuese un altar, un micrófono o una pistola apuntándonos al corazón.

No, Meliveo, nunca nos convertiremos en hombres de provecho. No estamos hechos para ese baile, para esa música. Lo nuestro es el camino, la lanza y el viaje.

Hoy quedo aquí agradecido en nombre de todos. En el de mis padres y mis hermanos de sangre, Ramón, Mari Carmen y Toni, en el de sus hijas, mis otros hermanos y en el de aquellos que nunca, incluso en los momentos más difíciles abandonan la dignidad.

Mañana, ellos y yo volveremos a la batalla. Volveremos a ser incómodos, tal vez audaces. Nos queda camino, nos queda noche y nos quedan páginas por escribir. Las mejores. Ahora, con este sueño que cobra vida, me llega otra responsabilidad. Intentaré cumplirla hasta el final, intentaré no defraudaros nunca.

Mañana volveré a ser un malagueño errante que de nuevo irá por el mundo, pero sabiendo que ya nunca seré huérfano. Sabiendo que os tengo y que en las capas más profundas de la piel llevo el nombre de Málaga tatuado igual que Málaga, en la leyenda de su escudo, lleva escrita la palabra Libertad, el nombre de mi madre.

Gracias.

En Algun Día: Antonio Soler.