Mi Madrid, mi Sabina…

Publicado el 17 enero 2014 por Rafael Alejandro González Escalona @rafauniversidad

por Jorge de Armas

(Para Elizabeth Pérez)

Mi primer encuentro con Madrid fue a través de Sabina. Normal, un chico medio snob, tarado como el que más y que estudiaba Historia del Arte en La Habana, tenía que vivir sus ciudades a través de las canciones, pinturas, fotos y textos de otros.

Por Fito, Calamaro, Baglietto, Spinetta conocí a Buenos Aires. París fueron imágenes, México sensaciones −y alguna ranchera trasnochada−, y Madrid siempre fue Sabina.

Sus canciones me han acompañado por todas partes, he disfrutado de él, en directo, en La Habana, Santiago de Compostela, Madrid y Miami.  Y siempre me regala los oídos, siempre me dice lo que soy.

El primer disco que cayó en mi mano fue Física y Química.  Me lo pasó, en casette (mira si soy viejo) una amiga que hoy vive en Madrid y a la que ya no le gusta Sabina, pero da igual, ella y yo hicimos lo que tuvimos que hacer escuchándolo y es lo que importa.

Ese disco tiene al menos dos temas que son puro Sabina: “Peor para el Sol” y “A la orilla de la chimenea”, ambos espectaculares, llenos de lo yo quería vivir cuando joven y que he vivido, ni tan orgulloso ni enojado de mi mismo, pero algo de esas canciones siempre me acompaña.

En el quinto año de la carrera viajé por primera vez a Madrid. Ya conocía mejor a Sabina, tenía más discos, más canciones eran mías. Comprender Madrid siempre es mejor de su mano, y mil detalles que no entendemos sólo son apreciables si conoces y vives la ciudad. Así las cosas, en un febrero frío y melancólico me fui a Madrid por unos cuatro meses.

Me pasó de todo, desde enamorarme, hasta casi morir de frío en un descampado por no saber a dónde ir, perdido en medio de la nada. Pero fue bello. Lo primero que compré fue un walkman (sí, es una antigüedad, lo sé) y con él, en esos casettes, escuchaba a Sabina mientras la ciudad se dejaba descubrir entre cada parada de Metro. Y ocurrió, como la primera vez que entiendes un idioma que no es el tuyo, que entendí cuán Madrid era Sabina, o cuán Sabina era Madrid.

En la estación de Atocha tomé la línea 1 de metro con destino a Puerta de Sol, y en mis audífonos de esponjitas negras se escuchaba “Caballo de Cartón”, una canción que habla de la mujer de la que aún me sería muy fácil enamorarme, y en su voz, mucho más joven, Joaquín me susurraba “Tirso de Molina, Sol, Gran Vía Tribunal…” y joder, eso no es más que la secuencia de las paradas del metro en el que yo estaba, una detrás de la otra…

Y por un momento pensé que las canciones eran la verdad.

Así las cosas, durante ese viaje conocí a un gran amigo, Luciano, un argentino de Rosario, tan enamorado de Madrid como de Sabina, y aún trotamos y nos vemos después de mil años. Cada vez que voy a Madrid quedamos en una pizzería muy cerca de Puerta de Sol, los dueños son una pareja de viejitos argentinos y las pizzas son las mejores del mundo mundial. Para Luciano y para mí, es un templo de mil recuerdos.

Por aquellos años, entre otras cosas, colaboraba todos los domingos en un programa de Radio Ciudad de la Habana, donde hablaba de música, estrenaba temas y comentaba un poco de lo que se me ocurriese. Y me empeñé en llevar una entrevista de Joaquín para mi sección.

Un mes antes de mi viaje, Sabina había estado en La Habana por primera vez y uno de sus invitados fue Caco Zenante. En uno de esos momentos en los que Joaquín canta sin música, del mismo modo que a veces al cantar cuenta su poesía, mencionó que en (un bar de Madrid)  “La Bodeguita de Caco” él solía pasar a tomar algo cada tarde.

Recuerdo de ese concierto un Sabina tímido primero, y pletórico después capaz de improvisar, “el marido de mi madre en el último avión se largó, por una cubanita, veinte años menor”  También en Miami, empezó sus saludos en el Airlines Arena con un “buenas noches Colombia, buenas noches Venezuela, buenas noches México…” y termina, para que todo el recinto estalle en aplausos con un muy especial “buenas noches Cuba”

Pues Luciano y un servidor le montamos guardia toda una tarde hasta que vi a Caco, y con todo el desparpajo del mundo me le acerqué, le expliqué que quería contactar con Joaquín y para qué y él, súper amable,  me dio el teléfono de su representante. La llamé, pero Sabina estaba en Buenos Aires, regresaba justo un par de días después de mi fecha de regreso a La Habana. Al final nunca le hice la entrevista, aunque muchos años después, por cosas de otros amigos, sí que estuve en su casa, y sí que lo conocí.

Pues en aquel viaje, una madrugada cualquiera, borrachos como adolescentes, con mucho frío, acabado de dejar a nuestros amores de ultramar en sus casas, y tan felices que necesitábamos buscar en las canciones de Sabina la nostalgia que no teníamos, Luciano y yo cantábamos “Peor para el Sol”. Cuando llegamos a la frase “acertó quien el Templo del Morbo, le puso a este bar” sin decirnos nada, corrimos hasta un teléfono público.

Creo en la poesía de las cosas, creo que a través del cariño se logran y mueven cosas, creo en el poder de ser limpios y dejar a los hijos de puta en su zoológico privado, creo que si me rodeo de buena gente soy o seré mejor persona y creo que hay una verdad en las cosas que me gustan.

Esa noche, llamamos a Información para pedir el número de teléfono del “Templo del Morbo” y después de diez minutos con aquella operadora intentando conseguirlo, la voz al otro lado me dice “los siento señor, el establecimiento que Usted busca no existe”.

Y descubrí que no todo era verdad en las canciones.

Al colgar, me vuelvo hacia Luciano y le digo, “No existe” y los dos, abrazados en aquel teléfono público nos echamos a llorar.


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