Mi marido me engaña. Lo sé. No es la primera vez y sería de ilusa pensar que será la última.
Siempre tiene un recado que hacer a cualquier hora, vuelve a tener más trabajo de la cuenta, el despacho lo reclama continuamente. Eso es lo que tiene un cargo de responsabilidad, me explica y yo me lo repito continuamente.
Distingo a la legua el gesto huidizo cuando sale de casa. Volveré lo antes que pueda, cariño.
A veces, si lo ha preparado con la suficiente antelación, me sostiene la mirada. No pasa nada. Hay demasiado trabajo.
Para mí es evidente: ha perdido barriga, come caramelos de menta para ocultar olores no deseados, está más cariñoso, más tranquilo.
¿Qué por qué me hago la desentendida? Sería algo hipócrita decir que por evitar broncas ante los niños, por la estabilidad familiar. Lo cierto es que no quiero más discusiones, más mentiras. Nos queremos y es absurdo esa amargura sin sentido, esa continua lucha estéril. Ya me he dado por vencida, hago como si no pasara nada y todo va bien.
¿Hueles?, le digo a mi hermana, mientras acerco a su nariz la chaqueta impregnada del aroma delator.
Mi marido me engaña de nuevo: ha vuelto a fumar.
Texto: Ana Joyanes Romo