Ya he visitado seis veces a Gladys en La Habana durante los dos años que llevamos de novios. Estamos enamorados y vamos a casarnos porque ella ya no soporta tanta separación y quiere vivir conmigo en España.
Mi pensión no es muy alta y no se cómo decírselo. En España paso penalidades para ahorrar y venir a Cuba con regalos para ella y su madre, como champú, jabones, perfumes, laca de uñas, vestidos y ropa interior que compro en los mercadillos callejeros. Ella cree que tengo muchos ingresos porque allí no hay esas cosas.
Gladys es mulata, tiene 23 años y un cuerpo que al mirarlo, a veces, con mis 67 años, me hace temblar como la primera vez que la vi con otras compañeras del Partido Comunista al lado del antiguo hotel Hilton, que ahora es español, el Tryp Habana Libre. Hablamos, hubo flechazo instantáneo y nos fuimos a mi habitación. No me pidió nada, pero como tienen tan pocas cosas le di dinero para sus necesidades. Ella no quería, que es muy militante del Partido, pero yo insistí.
Este amor me ha rejuvenecido y la madre de Gladys, que tiene 44 años, reconoció que parece más vieja que yo, que puedo pasar por su hermano menor. Ella también quiere un novio español
Gladys está muy ufana conmigo. Me presenta a sus vecinas con ese deje cubano tan dulce: “milen qué guapo el mi novio, que nos vamol a casal y me va lleval a España, la madle patlia”.
A veces el Partido la llama a sus mítines, según me explica, aunque los empleados del hotel la acusan de que se va con otros porque es jinetera profesional.
Como siempre, la envidia española. A mí me la tienen porque Gladys es joven, guapa y está locamente enamorada de mí.