El título en español que le enjaretó la distribuidora al séptimo largometraje del sempiterno misántropo Todd Solondz (Bienvenido a la Casa de las Muñecas/1995, Felicidad/1998, Palindromas/2004) no deja de ser perverso: La Novia Ideal (Dark Horse, EU, 2011). No faltarán los espectadores incautos que crean que entrarán a ver alguna inocua comedia romántica, ideal para echar novio. Nada de eso: la más reciente película de Solondz es fiel a su depresivo universo determinista aunque, en esta ocasión, la crueldad está atemperada por un impulso onírico-surrealista casi buñueliano. Abe (Jordan Gelber) es gordazo treintón que aún vive con sus padres (zombiescos Christopher Walken y Mia Farrow), dizque trabaja en la compañía de bienes raíces propiedad de su papá, tiene su cuarto lleno de muñequitos de acción, viste como si todos los días fueran domingo (camiseta, pants, tenis o chanclas) y maneja una ridícula Hummer de color amarillo-rájame-la-retina. El tipo es un fracasado, por supuesto, aunque por su manera de actuar, pareciera que nunca se da cuenta de ello: se mueve con seguridad en sí mismo, contesta a gritos cualquier petición de chamba por parte de su padre, y cuando se encuentra en una boda con la guapa, depresiva y empastillada Miranda (Selma Blair, encarnando a la misma aprendiz de escritora de Storytelling: Historias de Ironía y Perversión/2001), tiene la suficiente autoestima para pedirle su teléfono, llamarla, hacer una cita con ella, ir a su casa y, sin más, pedirle matrimonio. En su mente, Abe es una suerte de "caballo negro", como dice el título original: el competidor que, al triunfar inesperadamente y en el último minuto, demostrará que todos los que lo menospreciaban estaban equivocados. Pero, ¿realmente Abe piensa que todos están equivocados? Solondz nos deja entrar al mundo interno de su personaje y ahí, al ser testigos de lo que sueña (dormido o despierto), nos damos cuenta que no importa el escenario, siempre será un fracaso: se muestra intimidado ante la sensual doble vida de su ratonil compañera de trabajo Marie (formidable Donna Murphy), no puede regresar un juguete dañado -ni una novia dañada- en la tienda en la que lo compró, es apabullado por su ojete hermano exitoso Richard (Justin Bartha) y hasta por su comprensiva madre que, de repente, se ha vuelto sinceramente cruel con él. Es decir, en el fondo, el propio Abe sabe que es un perdedor irredento, condenado a fracasar, a decepcionar, a perder. Tratándose de Solondz, no falta el humor inevitablemente negro -a través de la acción fuera de cuadro, por alguna línea que es tan romántica como cruel ("Pudo ser peor"), por el uso diegético de unas ñoñísimas canciones pop que escucha Abe en todo momento- pero también, hacia el final, aparece algo parecido a la conmiseración, que no es lástima ni condescendencia. Es decir, uno siente compasión genuina por Abe, por ese tipo que no encaja en ninguna parte, en ningún lado, y que, ni en sus sueños, logra ser un triunfador "caballo negro". En el mundo de Solondz y de Abe, ganan otros. Los de siempre.
El título en español que le enjaretó la distribuidora al séptimo largometraje del sempiterno misántropo Todd Solondz (Bienvenido a la Casa de las Muñecas/1995, Felicidad/1998, Palindromas/2004) no deja de ser perverso: La Novia Ideal (Dark Horse, EU, 2011). No faltarán los espectadores incautos que crean que entrarán a ver alguna inocua comedia romántica, ideal para echar novio. Nada de eso: la más reciente película de Solondz es fiel a su depresivo universo determinista aunque, en esta ocasión, la crueldad está atemperada por un impulso onírico-surrealista casi buñueliano. Abe (Jordan Gelber) es gordazo treintón que aún vive con sus padres (zombiescos Christopher Walken y Mia Farrow), dizque trabaja en la compañía de bienes raíces propiedad de su papá, tiene su cuarto lleno de muñequitos de acción, viste como si todos los días fueran domingo (camiseta, pants, tenis o chanclas) y maneja una ridícula Hummer de color amarillo-rájame-la-retina. El tipo es un fracasado, por supuesto, aunque por su manera de actuar, pareciera que nunca se da cuenta de ello: se mueve con seguridad en sí mismo, contesta a gritos cualquier petición de chamba por parte de su padre, y cuando se encuentra en una boda con la guapa, depresiva y empastillada Miranda (Selma Blair, encarnando a la misma aprendiz de escritora de Storytelling: Historias de Ironía y Perversión/2001), tiene la suficiente autoestima para pedirle su teléfono, llamarla, hacer una cita con ella, ir a su casa y, sin más, pedirle matrimonio. En su mente, Abe es una suerte de "caballo negro", como dice el título original: el competidor que, al triunfar inesperadamente y en el último minuto, demostrará que todos los que lo menospreciaban estaban equivocados. Pero, ¿realmente Abe piensa que todos están equivocados? Solondz nos deja entrar al mundo interno de su personaje y ahí, al ser testigos de lo que sueña (dormido o despierto), nos damos cuenta que no importa el escenario, siempre será un fracaso: se muestra intimidado ante la sensual doble vida de su ratonil compañera de trabajo Marie (formidable Donna Murphy), no puede regresar un juguete dañado -ni una novia dañada- en la tienda en la que lo compró, es apabullado por su ojete hermano exitoso Richard (Justin Bartha) y hasta por su comprensiva madre que, de repente, se ha vuelto sinceramente cruel con él. Es decir, en el fondo, el propio Abe sabe que es un perdedor irredento, condenado a fracasar, a decepcionar, a perder. Tratándose de Solondz, no falta el humor inevitablemente negro -a través de la acción fuera de cuadro, por alguna línea que es tan romántica como cruel ("Pudo ser peor"), por el uso diegético de unas ñoñísimas canciones pop que escucha Abe en todo momento- pero también, hacia el final, aparece algo parecido a la conmiseración, que no es lástima ni condescendencia. Es decir, uno siente compasión genuina por Abe, por ese tipo que no encaja en ninguna parte, en ningún lado, y que, ni en sus sueños, logra ser un triunfador "caballo negro". En el mundo de Solondz y de Abe, ganan otros. Los de siempre.