Esta fastidiosa enfermedad, que impide encontrar la palabra correcta para verbalizar lo que se está discurriendo, debió ser especialmente desesperante para quien muchos años antes - casi cuarenta desde que dirigió su último film "Policarpo, ufficiale di scrittura" en 1959 - había alcanzado una notoriedad siempre en retaguardia; su mente y su obra quedaron cubiertas por el mismo velo de olvido, aquel que casi simultáneamente había caído tras la realización de cada uno de sus trabajos.Ni las elegantes "Eugenia Grandet" o "Malombra" ni la emotiva e intrigante "Fuga in Francia" ni la trepidante "Jolanda, la figlia del Corsaro Nero" ni siquiera la moderna (de Balzac a Moravia no había tanto trecho) "La provinciale", que anuncia "Il grido", sugirieron conexiones o generaron justas (o exageradas, que también sirven a veces de algo) adhesiones de aquellos que disfrutaban con Ophüls, Tourneur, Hitchcock, Curtiz o el propio Antonioni. Es triste e irónico que Soldati sufriera finalmente el mismo mal que sus escasos defensores, que casi nunca supieron ubicar ni valorar en su justa medida a uno de los más interesantes directores italianos. Ni siquiera sus colaboraciones, mejor o peor acreditadas y reconocidas, con los emigrantes a Cinecittá, sobre todo King Vidor (la sublime "War and peace", en la que tuvo una importante contribución), pero también William Wyler ("Ben Hur") o John Huston ("The Bible") le procuraron fama alguna.En 1953 sin embargo, todo pudo cambiar cuando, mil juergas después, codo con codo junto a su amigo Graham Greene, dirigió el film por el que pensó iba a tener un lugar en la historia. Pero como todos los rastros que quedan relacionados con su figura, es complicado encontrar hoy día "La mano dello straniero" y aún más difícil hallar alguna referencia escrita que no señale que se trata de la hermana pobre y fallida de "The third man", el mítico film de Carol Reed.
La peripecia del pequeño Roger en busca de su padre, un oficial británico que ha sido secuestrado cuando volvía de Trieste (todavía bajo dominio de la Yugoslavia de Tito, aunque poco después de su estreno, volvió a soberanía italiana), se convierte en un vibrante relato de aventuras, nada divertidas, ni sin ese componente de (forzado) aprendizaje que sí tendrá diez años después "Sammy going south" de Alexander Mackendrick, quizá por la poderosa influencia de un inolvidable malvado, el doctor Vivaldi - que parece salido de "Der verlorene" de Peter Lorre - y por el tratamiento que dio a la historia Giorgio Bassani, uno de los grandes "ambientadores" que dio el cine italiano y que, como años después haría de la menos visitada Ferrara en "La lunga notte del 43" de Florestano Vancini, consigue, mediante situaciones confusas, desconcertantes, oscuras, hacer de Venecia un lugar casi irreconocible.
Lograr con la palabra transmutar un tiempo y un lugar, esa vieja aspiración de cualquier escritor.
Hasta esa mano que desanuda una barca bajo un puente, que es la única y evocadora aparición de Greene en la película, resulta sugerente e invita a penetrar en el inteligente entramado que propone el film, que es casi siempre simultáneamente una intriga política y un multinacional film noir.
Ojalá pudiera verse en todas partes.