Mi parto con pelos y señales

Por Pilarta
Finalmente el día 7 de marzo, rompí aguas. Me había levantado a hacer pis y comer un yogur y según me metía en la cama, noté como un blup y salté corriendo. Efectivamente había roto la bolsa. Pero al ver el líquido, estaba manchado de marrón. Por ello me alarmé y le dije a mi marido que teníamos que ir urgentemente. Además tenía dolores en la parte baja del vientre muy extraños, no eran contracciones. Intenté ducharme para limpiarme pero dio igual porque seguía saliendo líquido. 
Mi marido cogió a Lolita, las maletas, los abrigos y salimos zumbando. Había llamado a mis padres para que nos esperaran en la acera por donde nos venía mejor. Vivimos un momento que nunca olvidaremos: mis padres habían bajado a recoger a Lola, en pijama, con sus chanclas de casa y con sus abrigos. Mi madre con un abrigo de pelos blancos de toda la vida. Ni me dio tiempo a reírme mucho, pero esta escena nunca la olvidaré.
Llegamos al hospital y me exploraron, me  monitorizaron también. Una de las matronas le decía a alguien por teléfono que por favor me vinieran a recoger porque tenía la gráfica del monitor mal. Al escuchar eso me empecé a agobiar. Pero yo no podía hacer nada.Un celador de lo más amable, me llevó a la sala de expectantes, donde me colocaron un monitor interno para tener más control sobre las constantes del bebé. Estaba dilatada en 4 cm ya. Cuando el paritorio 5 se quedó libre, me llevaron. La matrona que me correspondía en aquel momento, una tal Maria, era nueva y un poco seca. Me volvieron a explorar estaba de 5 cm y el bebé muy arriba. Me preguntó por la epidural, si me la quería poner. Le dije que no sabía, que no quería, pero me asustaba que si el parto desembocaba en instrumental (como el de Lola) o en cesárea no iban a tener tiempo de reaccionar. Además mis contracciones eran bastante fuertes, aunque irregulares. Respiré como me habían enseñado en los cursos de preparación. Respiraba y lo soportaba, pero había a veces que las contracciones eran tan fuertes que parecía que mi cuerpo de abría en dos. El dolor bajaba por el útero hasta la pelvis y se metía por las lumbares. Una de las contracciones me dolió tanto que se me saltaron las lágrimas. Cuando paraban,.era pura alegría de no sentir esos calambres en mi cuerpo.Durante todo este proceso mi marido me acariciaba, me decía lo guapa que estaba y lo valiente que era.
Entre tanto la matrona, me preguntaba por la epidural y accedí a ponérmela. Mi intención era no hacerlo. Creo que por sentirme aún más valiente, más poderosa y más fuerte al ser capaz de controlar los dolores sin necesidad de ninguna analgesia. Hubiera sido digno de contarlo a mis hijos y mis nietos, pero decidí que prefería no ser tan valiente y ser más precavida por si desembocaba en algo difícil y debo reconocer que no quería sentir ese dolor que me partía en dos.
Me pusieron la epidural justo en una contracción y me acordé de mi amiga Ana, que decía que si éramos capaces de aguantar una contracción sin movernos, seríamos capaces de aguantar un parto sin epidural. ¿Lo habíais pensado alguna vez?
Después de un rato la matrona se despidió por el cambio de turno y de repente, apareció mi ángel de la guarda. Cecilia, la matrona que atendió el parto de Lola. No sabéis qué alegría. Sentir que ella me iba a acompañar en este parto, que fue tan cariñosa en los momentos del fórceps de Lola, mientras las ginecóloga actuaban sin apenas hablar, ella me cogía de la mano para acompañarme. Así que mi marido y yo pensamos que eso era una señal. Su compañera Mamen, enfermera que acompañaría mi parto junto Ceci, también una persona sonriente, dulce y profesional a la que también debo agradecer su sonrisa y sus consejos.Me exploraron y ya estaba casi dilatada totalmente pero el bebé estaba muy arriba. La epidural me bloqueó una pierna y no podía moverla. Además de que me hice pis encima sin notarlo. Me colocaron en posición para empujar para que el bebé bajara un poco y me hice caca encima. Vamos que un cuadro. Os cuento esto porque creo que hay que conocer que esto puede pasar, pero que no pasa nada, que las matronas y auxilares estén bastante acostumbrados.
A pesar de la epidural, notaba las contracciones, no dolorosas, pero sí como si me presionaran la barriga y entonces empecé a empujar con las indicaciones de la matrona. De repente, le indicaron a mi marido si quería ver cómo salía, así que accedió y también nos trajeron un espejo donde pude ver la coronilla de Juan saliendo y de repente su cabeza bajó. Se me saltaron las lágrimas de emoción. Dejé de empujar y de repente estaba allí, encima de mi, tan bonito, con los ojos tan abiertos. Hicimos el piel con piel, durante un rato. Le miraba, le sentía, le tocaba y me emocionaba. Estaba muy contenta de que todo hubiera ido muy bien, tan bien acompañada, tan bien asesorada, tan feliz.
La enfermera me dio los puntos, parece que fueron 4, por un desgarro. Y el bebé Juan seguía tan despierto, encima de mi cuerpo. Intentamos que se enganchara, pero las matronas y personal sanitario dijeron que necesitaban el paritario y me colocaron al bebé encima de mi, en la camilla, para que siguiéramos en contacto.

Este fue mi parto, tan bonito, sin dolor, ojalá hubiera podido ser de otra manera, pero el miedo a mi propio dolor, el que pudiera llegar a ser una cesárea, por los comentarios de algunas personas, desembocó en que tomara la decisión de ponerme la epidural. Mi marido me preguntaba por qué no me quería poner la epidural, y creo que era para ser más consciente de mi cuerpo, de mi capacidad de experimentar ese dolor y poder decir, lo he hecho.