El parto de mi hija mayor es una pequeña espinita que tengo clavada dentro de mi. No fue un parto respetado en ningún momento. He intentado justificarme a mi misma un millón de veces que la culpa fue mía y solo mía, que debería haberme preparado más, que debería haber luchado más... Pero lo cierto, es que nada puede justificar el sentimiento que me produce recordar aquel parto.
Que pidiera la epidural no debería implicar la perdida del respeto ni a la intimidad, no debería implicar que me pusieran oxitocina, me rompieran la bolsa, me sondaran y entrara cada vez más gente en la sala de dilatación. No debería implicar que mi parto terminara en quirófano, con posición de litotomía, maniobra de Kristeller y episiotomía....
Y todo eso lo se ahora, pocos días después de mi segundo parto, en el mismo centro, con cuatro años y medio de diferencia.
Una experiencia completamente diferente, que en cierta medida compensa el daño moral del parto anterior. Ahora se que hay otras formas de parir, que hay una forma pausada, respetada, en la que te sientes acompañada por los profesionales.
Tenía la firme decisión de un parto completamente natural, sin utilizar epidural y respetando el proceso. Quería sentir que el control y la capacidad de decisión eran míos y no de otros. Quería vivir la experiencia de dar a luz por mi misma, sin restricción de movimiento.
Esta vez me preparé a fondo. Viví mi embarazo de forma más consciente, más pausada... Sobretodo, lo he vivido de forma más relajada, me he dado tiempo a mi y a mi cuerpo a desarrollar una nueva vida en mi interior. He aprendido técnicas de relajación y he escuchado mi voz interior para llegar al parto preparada.
Y con esa calma, llegó el domingo de resurrección... Un precioso día de primavera, soleado y cálido Un día que pasamos de picnic con amigos, mientras algunas contracciones aisladas parecían indicar que se acercaba el momento.
Por la tarde, ya en casa, las contracciones continuaban, aunque sin ningún tipo de regularidad ni frecuencia. Todo podía ser: estaba de parto o podía pararse en cualquier momento. Aún no quería hacerme ilusiones.... Preparamos la cena mientras las contracciones iban y venían... Cada vez tengo más claro que se acerca el momento, que el parto está en marcha... Y estoy tranquila.
Cuando estoy segura de la situación, aviso a PapadeAlex, no quería decir nada antes de tiempo para que no se ponga nervioso. Acostamos a Alex y le explicamos que tal vez mamá y papá tengan que irse al hospital para que nazca su hermanita, pero que los abuelos estarán con ella. Me dan pena tener que dejarla en casa, dormida....
Poco a poco, las contracciones se vuelven rítmicas bajo la atenta supervisión de PapadeAlex que, libreta en mano, anota la hora y la duración.
Desde un principio han sido dolorosas, más que con Alex. Supongo que el hecho de borrar el cuello y dilatar a la vez debe notarse. Pruebo a meterme un rato en la bañera con agua caliente, pero no encuentro gran alivio ni diferencia en la intensidad, por lo que prefiero salir del agua.
Con el movimiento tengo muchas contracciones. Me cuesta hacer las cosas, moverme de una habitación a otra, vestirme... Mientras esperamos a mis suegros pruebo también con la pelota, pero no me calma ni me siento cómoda en ella, así que termino sentada en el sofá.
Cuando llegan mis suegros, me retiro a la habitación, a oscuras, sentada en la cama y utilizando las técnicas de sofrologia de la Maternidad. Voy esperando a que sean más seguidas... PapadeAlex va insistiendo en salir, yo quiero aguantar un poco más... Tengo la sensación que, si llego a la Maternidad y apenas he dilatado, me voy a derrumbar...
Al final, decidimos que es el momento de salir. Me cuesta llegar al coche. El movimiento desencadena una contracción detrás de otra. Son las dos y media de la madrugada.
Llegamos a la Maternidad rápido, una de las ventajas de ponerse de parto por la noche. Nos atienden pronto. Monitorización y tacto. Cinco centímetros de dilatación. No está mal... Esperaba estar de más. Me dice que me dejan ya ingresada. Toca caminar de nuevo hasta la sala de dilatación. Por el camino, las contracciones van y vienen sin darme un respiro.
La sala de dilatación es pequeña. Me traen una pelota por si quiero utilizarla. Las comadronas son muy majas, me explican en todo momento las cosas y nos dejan tranquilos y a nuestro aire, con las luces tenues. Puedo ir bebiendo líquidos, cosa que se agradece.
Me siento en la cama y sigo con la sofrologia. Hay momentos en que casi me duermo, pero las contracciones no me dejan llegar a dormirme. Estoy en un estado casi hipnótico del que salgo en momentos puntuales por culpa de las contracciones que cada vez son más dolorosas. Empiezo a tener ganas de empujar, pero no estoy en dilatación completa.
El cansancio y el dolor empiezan a hacer mella en mi moral. Empiezo a dudar de mi y de si seré capaz de soportar por más tiempo el dolor. Llevo cerca de 8 horas con contracciones y empiezo a estar agotada.
En varias ocasiones la comadrona me ha ofrecido romper la bolsa para acelerar el proceso, pero yo me he negado.
Al final no puedo más, las contracciones sacuden todo mi cuerpo. Me derrumbo y pido la epidural... estoy de ocho centímetros, pero no me veo capaz de seguir. Me ofrecen óxido nitroso, pero creo que en ese momento he entrado en estado de pánico y no veo más opciones que la epidural. Me siento mal con mi decisión.
La anestesista viene rápido y me la pone. Enseguida noto el alivio, pero me alegro de poder mover las piernas y sentir la presión de las contracciones.
No se cuanto tiempo pasa, pero en el siguiente tacto estoy completamente dilatada. La epidural me ha dado el respiro que necesitaba y, ahora, estoy notando mucha presión en mi vagina y las contracciones que vienen y van sin ser dolorosas. La bolsa sigue intacta y la comadrona me sugiere empezar a empujar a ver si se rompe... Empujo con todas mis fuerzas, pero la bolsa es muy gruesa y no parece querer romperse... Con el pujo baja la cabeza y la bolsa, pero al dejar de empujar vuelve a subir...
Al final accedo a que rompa la bolsa. Ahora los pujos empiezan a ser más efectivos. Me dejan colocarme de lado, me resulta más cómodo que estirada. La presión es cada vez más grande. La cabeza empieza a bajar y me dejan tocarla... está ahí, esta a punto de salir... Una de las matronas se coloca detrás, en un segundo plano, sosteniendo un espejo para que pueda verlo.
Empieza a salir la cabeza y me dejan libertad para dirigir el pujo. Siento el dolor, como si me fuera a abrir en dos, mientras veo como sale la cabecita. Y ya todo va muy rápido: un pequeño giro, sale un brazo... Y me dicen que ya está, que puedo cogerla.... La veo entre mis piernas, mojada, cubierta por la vermix y la agarro como puedo. Está mojada y es resbaladiza. La coloco encima mío y la huelo, la miro... No llora, pero no le pasa nada... emite un gemidito, de placer. Yo también estoy a gusto con ella.
El cordón nos sigue uniendo... Puedo tocarlo, notar como late. Me sorprende el grosor que tiene y lo duro que es. Esperamos hasta que deja de latir y entonces, PapadeAlex separa lo que nos ha unido durante nueve meses.
La placenta sale al poco rato y mi niña ya está enganchada a la teta. Todas las exploraciones las hacen con ella en la teta, le ponen la vitamina k y esperan un poco a poner la pomada en los ojos para no entorpecer nuestro primer contacto visual.
Estoy feliz porque ha ido todo muy bien. Se olvidaron de ponerme la bomba de anestesia, con lo que la epidural solo fue una dosis... Lo justo para aliviar esos últimos momentos pero permitirme sentir el momento del expulsivo. Ahora, me quedará siempre la duda de si habría sido diferente si me hubieran roto la bolsa antes, si hubiera probado el óxido nitroso, si me hubiera movido más.... Pero prefiero quedarme con el recuerdo precioso de vivir el parto de forma activa, de ver como salía de mi interior, controlando el expulsivo y acogiendo a mi hija en mi pecho mientras el cordón aún latía.
Esta vez no hubo episiotomia, solo un pequeño desgarro que no requirió sutura. A las dos horas de parir, estaba en pie, haciendo pis y desayunando... A las 12 horas, me iba de alta y volvía a casa, con mis hijas y mi marido a dormir todos juntos.
Sin duda, ha sido una experiencia maravillosa.
Por último, debo agradecer a mi tribu 2.0 que pasó la noche en vela acompañándome en la distancia. No se lo digáis a nadie.......Pero os quiero
Y al papá de las criaturas, gracias por estar ahí y aguantar estoicamente mis contracciones, por ser un padrazo y hacernos el día a día más fácil. Te quiero