¿Se acuerdan de una de Víctor Manuel que se llama “Su boca”? Es una magnífica canción de amor en la que, en una estrofa, dice aquello de
“…mi patria, mi bandera, mi segunda piel, el lugar donde quiero volver….su boca”
Bueno, la cuestión es que desde hace una semana (un poco más, en realidad) estoy perdidamente enamorado de una persona que a duras penas llega a los tres quilos de peso y a los 50 centímetros de altura. Y esa es desde ahora mi patria y mi bandera.
Lo que sí quisiera, ya que estamos, es formular una queja en voz bajita, no sea que se me despierte ni amor. No entiendo que ya bien entrados en este siglo de pega que nos ha tocado haya que ir de Herodes a Pilatos porque ha nacido una criatura. Que si el registro (dos días, que al primero no hubo manera, con funcionarios “atacaos” incluidos) , que si el ayuntamiento (dos veces, que con un papelito no es suficiente), que si la Seguridad Social (dos veces, que tampoco basta con que lleves todos los impresos cumplimentados: te tienen que dar hora para otro día) , que si la Generalitat…. Oiga, ¿y lo de la ventanilla única, para cuándo? No sé si lo saben, pero los primeros días de vida de una criatura ponen a prueba a los padres, pero a base de bien. Ni se come, ni se duerme, ni tiene un momento de sosiego. Y encima, para conseguir que tu hija no sea una forajida y que se le reconozcan cosas tan básicas como el empadronamiento o la tarjeta sanitaria, te obligan a hacer una romería.
Estos cachondeos son los que te confirman que el sistema es una birria. Pero bien gorda.
Y nada más, ahí se quedan. Yo me voy a disfrutar haciendo que mi amor se duerma sobre mi pecho. No hay NADA, pero NADA de NADA que se puede comparar.