Mi primer día en los maravillosos años de la revolución industrial

Publicado el 22 diciembre 2011 por Ruben85 @Rumenez

    Recuerdo mi primer día de trabajo, tal y como si fuese ayer, aún me faltaban dos meses para cumplir los seis años, mi padre con su voz pausada y ronca me dijo “No hubiese querido esto, aún eres un niño, pero de no hacerlo no podremos sacarte adelante. He hablado con el capataz y mañana comenzarás a trabajar en el telar” El primer día el capataz me llevo hasta los telares mecánicos, me emparejó con James y justo antes de marcharse me dijo “Aplicate, es uno de nuestros mejores tejedores” Intenté saludarlo pero James me dirigió una mirada asesina, “A que esperar, empieza a cambiar bovinas” Ni siquiera sabía como hacerlo, era joven y aún soñaba con el mundo. Además si nadie me lo explicaba, ¿Cómo iba a saber cambiar las bovinas de la máquina? El dichoso James se quejó al capataz y este con una cara que me infundía miedo y de mala gana, me explicó como se tenía que hacer mi trabajo.     Cambiaba bovinas a toda prisa, pero por más que corriera no podía evitar quedarme atrás, una y otra vez James me reprendía y se detenía a ayudarme. Y tras un rato volvía a quedarme atrás y pasaba lo mismo. Al final del día se acercó a mi y me pateó “Mocoso por tu culpa me quitarán media paga, tu tienes la culpa de que no haya llegado a la mercancía mínima” Me pateo varias veces. Estaba agotado del duro día, había trabajado desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche, y encima esa tunda con la que me castigó James, al salir de la fábrica caminaba arrastrando los pies. Muchos jóvenes me miraban y se reían “Tu primer día, ya te acostumbrarás” Seguí caminando pero era invierno y hacía frío. Apenas podía arrastrar los pies, me detuve en un umbral y allí me quedé dormido.    Al despertar estaba tiritando, en la plena oscuridad, alguien me había despertado. “¿Estás bien joven?” Me preguntó amablemente, yo ni respondí, estaba tiritando y con un frío increíble. Me incorporé y vi una aglomeración impresionante de personas. Todos frente a la fábrica de telas. Muchos portaban antorchas, iban todos vestidos en harapos igual que yo, algunos llevaban piedras, otros palos, algún que otro tenían cuchillos ¿Pero que pasaba? El hombre que me había despertado me rodeó con una tela vieja que portaba. “¿Qué está pasando?” Pregunté con miedo. “Estamos luchando por nuestros derechos” Me dijo el señor, al que ahora podía ver el rostro, nariz fina y aguileña, pelo claro aunque haraposo, no debía tener más de veintitrés años. “Vete a casa pequeño” Asentí mientras el volvía con el grupo. Me quedé observándolos atónito. No entendía bien lo que había querido decir ni lo que pretendían hacer. Entonces algunos comenzaron a lanzar antorchas contra el telar, intentaban incendiarlo. En ese momento aparecieron numerosos carruajes y muchísimos soldados y personas fuertemente armadas. Entonces el grupo echó a correr. El hombre que me había despertado me miró y se acercó “Vamos chico, corre, esos no tendrán piedad” Yo estaba bloqueado y él con una rápida mirada atrás, inició su carrera con el grupo volviendo la vista de cuando en cuando. Los hombres fuertemente armados al verme se acercaron. Todos me apuntaban con sus armas, yo no sabía si temer o no, simplemente estaba paralizado. Uno de ellos me cogió y llevó ante la presencia de un hombre. “Es el único que hemos cogido de la revuelta señor” El hombre que ahora tenía enfrente si que lo conocía. Solo lo había visto en una ocasión y desde muy lejos, pero mi padre me había contado que era uno de los hombres más importantes de Inglaterra, era dueño de cien fábricas de tela. Iba vestido con ropa impresionante y su coche de caballos era lujoso, además de todos los hombres que tenía trabajando para él. “Solo es un mocoso” dijo el hombre acercándose a mi.    “Pero estaba en la revuelta” dijo uno de sus oficiales.    “Pues ya sabes lo que se le hace a esos delincuentes” Entonces el oficial se acercó a mi y me apuntó con su arma, no era consciente del peligro al que era sometido, simplemente lo miraba a los ojos. “¡Un momento!” Dijo el señor, y todos sus hombres lo atendieron. Él se acercó a mi y con una voz suave me dijo “Joven, ¿Has participado en la revuelta?”    No sabía que decir, solo señalaba a la fábrica, y negaba con la cabeza “Trabajo hay” Alcancé a decir con la voz entrecortada.
    El se echó la mano al mentón y tras pensarlo me dijo “Pues entonces vete a dormir joven, es tarde y mañana tienes que madrugar, pues sabes que como llegues tarde a tu trabajo, serás despedido” Tardé unos instantes en reaccionar y luego eché a correr con todas mis fuerzas, en ese momento no me di cuenta de la suerte que tuve de salir vivo del lance, y aún hoy reconozco que después de todo, ese burgués rico, cruel y explotador, tenía un trocito de buen corazón alojado en su pecho.