LA BUTTE
Conocí a José, en Ginebra, un mediodía de junio, en La Butte, café frecuentado por artistas y público del Teatro de l’Atelier y por afiliados al clandestino Partido Comunista de España que acostumbraban a reunirse en los sótanos del local.
José Herrera Petere y Charles Mouchet, poetas y amigos, me habían propuesto realizar, con su asesoramiento, un recital bilingüe sobre la generación del 27 y era allí, en la Butte, donde me reunía con los actores a la hora del almuerzo y por las tardes.
EL CABRERO
Estaba con Manolo Belda, asiduo del lugar, por comunista y por su afición al teatro. Manolo me invitó a sentarme con ellos pero, como tenía trabajo, no acepté, aunque rectifiqué enseguida: aquel personaje que lo acompañaba acababa de desbaratar de un manotazo el sándwich que le habían servido, y se disponía a comérselo, desmembrado, con la ayuda de una Opinel, algo nunca visto en un café de Ginebra, ni tan siquiera en La Butte, lugar de paso y querencia de la fauna más extravagante de la ciudad.
Por un momento, pensé que se trataba del típico fantasma con ganas de sorprender y que, además, lo estaba consiguiendo porque era el centro de todas las miradas, incluida la mía. Observándolo mejor, aquel hombre se comportaba con la más rotunda naturalidad y tenía un algo, en los gestos y en la expresión, como de animal sin domesticar. Entonces, me senté con ellos y José me contó lo que quiso: era cabrero, y cantaba en Quejío, por Seguiriya, Martinete y Cantes de Trilla que a mí, entonces, como si me hablara en Arameo. Me invitó a ir a ver la función y acepté
El Cabrero en 1972
QUEJIO
Quejío me impactó. Era, para mí, un lenguaje teatral nuevo; puesta en escena rudimentaria con abundantes elementos simbólicos y los personajes que se desdoblan: cantan, bailan, tocan la guitarra y se convierten en actores, de dudosa calidad, que interpretan su propio drama. Pero el conjunto tenía frescura, fuerza y sensualidad.
Salí de mi tierra – marché con dolor – si hay quien reparta justicia – de mí se olvidó”: José, por seguiriya, las manos que querían abarcar el universo, una voz poderosa y sugerente que llegaba a las tripas, y despertaba impulsos y sentimientos insospechados. Abandoné la sala exhausta de la emoción que me había causado aquel espectáculo, fascinada y consciente de que acababa de descubrir una música inmensa y un personaje poco común.
Elena Bermúdez
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