"Me gusta mucho la minuciosidad con que
están retratadas todas las funciones de los
colaboradores del presidente"
Lo primero que te llama la atención cuando te pones a ver El Ala Oeste de la Casa blanca es su ritmo frenético y sus diálogos electrizantes marca de la casa (y con marca de la casa me refiero a su creador y guionista principal, Aaron Sorkin). El ritmo trepidante proviene principalmente de una cámara inquieta y muy curiosa, quizá a veces demasiado, casi como interponiéndose entre los propios personajes. Y de unos diálogos, que son como balas disparadas al aire (unas veces dan en el blanco, la mayoría, y otras no), salidas directamente de la mente hiperactiva de su creador, que siempre parece más empeñado en provocar adicción, a través de una originalidad algo forzada (que conste que no me quejo), que de hacerlo de una manera más realista y sosegada pero menos efectiva. En el fondo da igual como lo haga, cumplen con su cometido, y todos lo disfrutamos.
Lo segundo que te llama la atención son sus muchos personajes, y su gran capacidad para decir y/o hacer lo más indicado en cada momento para qué la trama de turno avance en la dirección deseada. Cada uno de ellos cumple una función (en la serie y también en la propia Casa Blanca) perfectamente diseñada para causar el mayor efecto dramático posible en el telespectador. Como si fueran los instrumentos de una orquesta, afinados al milímetro para componer una gran melodía, cada uno de ellos está perfectamente clavado a su partitura, nadie desafina nunca, pero aun así siempre suelo tener la sensación de que algo no encaja del todo, algo (o mucho) parece estar constantemente desenfocado. Vuelvo a lo de antes, da igual, yo me divierto, tú te diviertes y todos salimos ganando. Esto Sorkin lo sabe y siempre ha jugado con ello a las mil maravillas.
"No me acabo de creer el excesivo colegueo
de los trabajadores de La Casa Blanca"
A veces algo ingenua, pero casi siempre brillante, compleja, y audaz, El Ala Oeste de la Casa Blanca (o al menos esta primera temporada) me parece más un desesperado pero igualmente hermoso y adictivo intento de Sorkin por mostrarnos como le gustaría que fuese la política (o más bien los políticos) de su país. No digo que sus conclusiones, reflexiones, y propuestas no sean certeras, pero siempre tengo la sensación de que hay tras ellas una gran carga de idealismo (o quizá yo sea demasiado cínico al respecto) que las deja un tanto al descubierto, como carentes de fuerza, como si le faltara contundencia a una buena propuesta. El “buenrollismo” que impera en “su Casa Blanca”, por muy bien escrito que esté, a veces es demasiado blanco como para llevarte a los demonios y dar un buen golpe sobre la mesa, que es lo que muchas veces debería llevarte a hacer. Sus protagonistas, con el presidente Bartlet al frente, suelen estar demasiado cargados de buenas intenciones, y pocas veces les hemos visto (por ahora) equivocarse de lleno con conocimiento de causa o con total alevosía. Además, la banda sonora tampoco ayuda demasiado a tomártela completamente en serio, subrayando en exceso algunas escenas que, sin duda, tendrían mucha más fuerza con el silencio de sus excelentes diálogos.
En definitiva, aún no votaré por Bartlet y su gente, pero lo que sí es cierto es que goza de todas mis simpatías y expectativas de cara al futuro. Con un poquito más de mala leche que le pongan al conjunto y algo menos de optimismo me tendrá ganado para su causa. Quién sabe, quizá hasta acabe formando un partido demócrata-americano-seriéfilo en las próximas elecciones.