Revista Cultura y Ocio

Mi primera cita con Murakami: De qué habla cuando habla de escribir

Publicado el 19 febrero 2018 por Sofiatura
Mi primera cita con Murakami: De qué habla cuando habla de escribirMi última cita había sido con Bukowski, meses atrás. No obstante, sabía que este encuentro iba a ser diferente porque, si bien el señor Murakami no se había librado de la polémica, su estilo nada tenía que ver con el del rey de la poesía nacida del matrimonio del alcohol con la decadencia. A pesar de que yo era puntual, el autor ya estaba ahí, esperándome sentado con una humeante taza de té. Su saludo fue cordial, pero poco expresivo. Tenía en mente que me hallaba ante un hombre con una cultura muy distinta a la mía, que además poseía un sentido de la disciplina apabullante, así que no me sorprendió. Sin embargo, lo que sí me resultó inesperado fue la naturalidad con la que Murakami comenzó a contarme su historia. Comencé a escribir a los treinta años, me soltó. ¿Cómo? Sí, no fue hasta después de tres décadas de existencia que uno de los autores más exitosos de los últimos tiempos comenzó su andadura profesional como escritor. Me quedé aún más boquiabierta cuando el japonés afirmó que no había nada en su vida que lo hubiese impulsado en ese camino; es decir, ningún suceso traumático, ninguna guerra ni ningún problema personal habían accionado ese botoncito de la inspiración, como le ocurría a muchos otros. Él llevaba una vida anodina, tenía un trabajo convencional y vivía en feliz matrimonio. Sencillamente siguió un impulso y ¡pum! decidió que aquello de la escritura era algo a lo que se quería dedicar. Una prueba de que el destino al final nos lleva a donde él quiere, comenté.
Pero cuidado, señorita, me advirtió. Cumplo una rutina a rajatabla y tengo una devoción por la disciplina que me ha hecho llegar a donde estoy, no se piense usted. Nada de cañitas con los colegas, ni noches de excesos, ni vidas sedentarias de manta y peli. No olvide que esto de la escritura es una carrera de fondo, es meterse en un ring en el que es relativamente fácil entrar, pero lo difícil es aguantar los golpes y mantenerse en el tiempo. Todo ello se consigue únicamente con predisposición, con el convencimiento inamovible de que se desea escribir, por encima de todo. Y qué razón tenía, pensé, al recordar a todos esos escritores que saborearon el peso de una fama tal vez intensa, pero efímera y evaporada.
Murakami siguió contándome con ese tono sopesado pero espontáneo la relatividad de los premios literarios, la soledad del escribir, las fronteras que se traspasan para que tu obra sea leída en otros territorios, y hasta se me quejó del sistema educativo en Japón. ¡Qué me dice usted! Cuente, cuente, le insté.
Me aburría en clase y siempre fui un estudiante mediocre, contestó. Encuentro que la educación japonesa solo busca la competitividad, que somos una sociedad inmersa en comernos los unos a los otros demasiado obsesionada con el trabajo. La escuela en mi país no incentiva un aprendizaje auténtico, sino la memorización absurda e inútil.
Ay, si supiese usted que en España ocurre exactamente lo mismo...
Mi primera cita con Murakami: De qué habla cuando habla de escribir
Bueno, señor, que nos desviamos, así que vayamos un poco al morbo, si me lo permite. ¿Por qué es usted un autor tan polémico? ¿Por qué le han llovido tantas críticas como alabanzas?
Me respondió que, aunque muchos de sus detractores eran injustos y no estaba de acuerdo con sus opiniones, intentaba siempre sacar lo positivo de las mismas. Pero, ya le digo, la mayoría de las veces me resbalan sus comentarios, y hago lo contrario a lo que me dicen.
Aquel ramalazo de rebeldía no dejó de sorprenderme.
Ya por la ventana de la cafetería se veía morir el día. Disculpe, pero tengo que marcharme ya. Mañana madrugo para escribir, como podrá imaginarse, comentó, levantándose de su silla.
Antes de despedirnos, señor Murakami, ¿podría recomendarme por cuál de sus novelas empezar?
¿Que no ha leído usted ninguna de mis obras? No. Pues mire, casualmente llevo en mi mochila algo que podría interesarle, dijo mientras sacaba un libro envuelto en un papel oscuro. Es un regalo, pero, por favor, no lo abra hasta llegar a casa. Cuando la lea, ya me comentará qué le parece. Hasta otra, ha sido un placer.
Lo vi alejarse con pasos silenciosos, como un gato, rodado de ese halo de misterio que tanto lo caracteriza. Me había caído bien y el detalle del libro me agradó. Rasgué el envoltorio, y dentro estaba su obra...

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