Al escuchar lo que me dijo no sabía cómo reaccionar, no sabía que decir, los nervios una vez más estaban haciendo de las suyas, me sentía patética por hacer tonterías.
-Estoy lle-llegando. –Le respondí tartamudeando–
Al finalizar la llamada, avanzando, la plaza se acercaba cada vez más, sentía todo en cámara lenta, a pesar de que caminaba muy rápido, solamente pensaba en cómo podría romper el hielo, cuando nos escribíamos o hablábamos por teléfono no había hielo que romper, era más sencillo, pero ahora, ella estará de frente, me verá con esa mirada fulminante, me congelará, haré tonterías como tartamudear, como siempre, no sé por qué tiene que ponerme tan nerviosa.
Al llegar a la plaza tragué grueso y miraba a los lados, la busqué por todas partes y no la vi por ningún lado. Una tristeza y preocupación me invadió, pues, seguro se había ido o le había pasado algo.
-Espero esté bien. –Me dije a mi misma–
Tomé mi teléfono y decidí llamarla.
-¿Hola? –Me respondió–
-Hey ¿qué tal? Estoy en la plaza, no te veo. –Respondí–
-Lo siento, vine a la panadería de la esquina para comprar algo, ¿vienes o me esperas? –Me dijo con algo de pena–
-Entiendo, bueno acá te espero. –Le dije–
Lo menos que quería era abrumarla, que sintiera acoso de mi parte o se aburriera de mí, aunque por dentro moría por verla, ella necesita su espacio también.
Pasaron unos minutos y me dio un poco de tiempo para pensar cómo romper el hielo, me sentía lista dentro de lo que cabe.
Desde la panadería de la esquina la vi salir y caminar hacia la plaza, sentí que mi corazón latía cada vez más lento y luego rápido, las mariposas dentro de mi estómago revoloteaban cada vez más fuerte, podía sentir sus aleteos en todo mi abdomen.
Ahí estaba ella, la chica que tanto deseaba ver, caminando hacia mí, con un café en la mano, viendo cómo el viento jugaba con su cabello, al verme sonrió, se acercó a mí y se sentó a mi lado.
-Hola. –Me dijo sonriéndome todavía más–
-Hola, te ves hermosa. –Le respondí sonriendo también–
-Gracias, te traje un café, Perdona la espera. –Me dijo–
-¿Por qué el café? No lo malinterpretes. –Le dije con algo de pena–
-Por cortesía, ¿será? Y por disculpa, no debí dejarte esperando acá, ¿No te gusta el café? –Respondió–
-Sí, me encanta el café. –Le dije mientras tomaba el vaso de Nescafé–
-No sabría cuál te gustaría, elegí mi favorito –sonrió– Latte Vainilla, espero te guste
-Gracias. –Tomé un sorbo– Está realmente delicioso.
-Me da gusto que te agrade, tenemos otra cosa más en común. –Dijo–
Me quedaba en silencio viendo todo acerca de ella, sus gestos, su cabello, sus ojos. Soy una chica más reservada, me gusta más observar todo a cierta distancia y escribir en mi diario acerca de eso, pero esta vez, me tocaba vivirlo de cerca, era mi momento de disfrutarlo.
-Hey ¿estás bien? –Me dijo viéndome fijamente–
-S-Sí, lo siento. –Le dije mientras mi voz temblaba de nuevo–
¡No! Qué vergüenza –Pensé– De nuevo esos nervios traidores. No quiero que esta vez hagan de las suyas. Me ha descubierto viendo cómo me perdía en ella, tal y como lo hacía en casa con sus fotografías, sólo que esta vez, estábamos de frente, la estaba viendo y atesorando sus hermosos ojos café.
-Pensé que vendrías con tu hijo. –Me dijo ladeando un poco la cabeza–
-Él está en casa con mi abuela, ¿quieres ir?
Qué pregunta tan estúpida, –pensé– se supone que ella vendría a mi casa a conocerlos, que descortés me he portado, ni siquiera la he invitado a mi casa.
-¿Qué tan cerca vives de acá? –Me preguntó–
-Sólo a un par de cuadras de aquí. –Le respondí– ¿Me acompañas? –Pregunté–
-Con gusto. –Respondió mientras sonreía–
¡Diablos! ¿Cómo haces eso, mi querida chica del banco? Ponerme tan nerviosa. –Pensé–
De inmediato nos levantamos y tomamos la ruta más rápida hasta mi casa, donde mi abuela me esperaba para conocer a la chica que vine a buscar con tanta emoción.
-Antes vivía por aquí. –Me dijo– No sé cómo no nos habíamos visto antes. –Agregó–
-¿En serio, en qué lugar? –Pregunté–
-Unas calles más a la izquierda de la avenida principal. –Respondió–
-Eras mi vecina, entonces. –Le dije con un poco de humor–
-Sí. –Me dijo y soltó una pequeña risa– Imagino que no nos habíamos visto por mi trabajo. Trabajaba todo el tiempo.
-Ya veo, bueno, – le indiqué una casa– justo allí vivo, en la parte de arriba.
-Vaya, hasta recuerdo haber pasado por aquí un par de veces. Qué pequeño es el mundo. –Respondió–
-Así es. –Abrí la puerta y la invité a pasar–
-Gracias, con permiso.
-Conocerás a mi abuela y subiremos a mi casa, a mi hijo lo conocerás cuándo despierte de su siesta de la tarde. –Le dije–
-De acuerdo. –Respondió–
Tenía las manos frías, estaba temblando, no puedo creer que la chica del banco pueda causar todo esto en mí, a pesar de que pensé que los enamorados fingían su pasión. Debo disculparme con Cupido. –Pensé–
Pasamos a casa de mi abuela y nos sentamos en la sala mientras terminaba mi café y charlábamos. Me levanté a buscar a mi abuela para que la conociera, de inmediato vino a estrechar su mano y presentarse con ella. Pasó un rato con nosotras platicando sobre el día a día como lo hacen todos los venezolanos.
Sentía que era una eternidad, ¿cuándo iba a ser mi turno de estar con ella a solas? –Pensé– ¿Cómo invitarla a mi casa con ella sin presionarla? En ese momento escuché lo mejor que pudo decir mi abuela.
-Un placer conocerte, las dejo para que sigan compartiendo. –Dijo despidiéndose–
-El placer fue todo mío, con gusto seguimos charlando otro día. –Le respondió–
Tan de pronto ese momento, llegó, era nuestro momento, no quería que la tarde avanzara más. Quería que la hora se congelara para disfrutar más de ella. Íbamos subiendo la escalera y al abrir la puerta de mi casa le dije:
-Bienvenida a mi hogar. –Sonreí–