Tal como me lo había prometido mi pololo en nuestra primera cita, asistí por primera vez a un partido de fútbol. No a cualquiera claro, sino específicamente a uno de la Universidad de Chile, el equipo de mi amors.
¿Confesión? Nunca me ha gustado el fútbol, con suerte veo los partidos de Chile. Tampoco solía tener conocimientos sobre los distintos torneos y las modalidades de juego. Pero, cambia todo cambia: ahora hasta me sé algunos nombres de los jugadores, puedo nombrar al menos tres torneos y he visto más partidos que en toda mi vida. "Quién te vio, quién te ve"- podrán decir.
El tema es que ir a estadio era una experiencia que quería vivir. Estar ahí con la hinchada y ver si me contagiaba de la euforia. Escuchar las canciones de la barra y ver un gol en vivo y en directo.Para comprender el fenómeno y disfrutar for real, quise convertirme en una hincha más, así que pedí prestada una polera del romántico viajero (otro nombre que se le da al equipo Universidad de Chile) para ponerme en onda. Gracias a ello, recibimos de regalo, yo y una amiga, una cerveza Corona de otros hinchas: "Por ser las más lindas y por ser de la U"- expresó el hombre generoso. Nice.
Debo decirlo:
toda la previa del fútbol es entretenida. Entre las chelas (cervezas) para pasar el calor, la corrida maratónica para alcanzar buenos puestos, el sentido de comunidad que se siente en la barra y los gritos de "sale, león", es imposible pasarlo mal.No ganamos -hablando como hincha- pero pude experimentar la euforia de un gol desde la galería, presencié la lealtad inquebrantable de la hinchada hacia su equipo, aún en el fracaso, y
conocí al guatón del bombo, un tipo que anima la barra sacándose la polera para mostrar sus atributos, y que históricamente solía tocar el bombo, hasta que fue prohibido. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?