Mi primera vez en Nueva York

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Recuerdo bien la primera vez que fui a Nueva York. La invitación me llegó dos días antes a mi correo de trabajo de aquél entonces y hablaba de la cobertura del Fashion Week durante un fin de semana de febrero. Era, desde cualquier ángulo posible, el viaje perfecto: no pagaría nada, estaría rodeada de moda y conocería una ciudad que, sin verla, ya me seducía. Hacer el equipaje resultó ser toda una improvisación. Era el Fashion Week y tenía que verme bien. En la maleta entró todo lo necesario y todo lo que no, y dejé en mi morral lo inevitable: los guantes -porque hacía frío-, la cámara, mi iPod, un libro, mis chiclets, dos revistas, el dinero, mis documentos, la dirección del hotel y el nombre de la persona que me estaría esperando en el lobby a una hora precisa. Nada más. Estar en el aeropuerto se me da con facilidad. Nunca creo que mi vuelo se va a retrasar. Más bien me preocupa no dejar nada olvidado en la máquina después de quitarme los zapatos para el registro y luego, quién se va a sentar a mí lado, porque cuando se te sienta alguien al lado lo hacen primero sus manías y después la persona. No sufro de algún síndrome viajero, no le temo a las alturas y manejo bien las turbulencias. En fin, aunque era mi primera vez en Nueva York todo parecía que se iba a dar sin inconvenientes. Pero no. En pleno vuelo y después de ver algunas escenas de “The Devil Wears Prada” caí en cuenta: “¡Voy a Nueva York! Tan de edificios altos, tan de gente apurada, tan de líneas de metro que parecen un laberinto. ¡y hablan inglés! Que yo lo hablo, pero vamos, seguro lo hablan más rápido y a mí siempre se me olvidan las palabras. ¿Y si no consigo el hotel? ¿Y si el taxista no me entiende? Voy a llegar de noche ¿Y si me lleva a otro sitio? En las películas, Nueva York es de callejones oscuros y yo voy a llegar sola, de noche, a un callejón oscuro y alto”. Nueva York me asustó sin verla, me intimidó de sólo imaginarla.