Unos días antes de salir esta obra a la venta me dijo José Luis Amores, traductor y editor de Leyner, que esta vez no las tenía todas consigo, pues se trata de un libro muy raro, que se aparta de lo que estamos acostumbrados a leer. Sin embargo no suelo dejarme llevar por lo que dicen los propios editores: pensé que igual exageraba. Y luego tuve que darle la razón. Mi primo, mi gastroenterólogo es una locura total, una mezcolanza postmoderna de historias increíbles y fantásticas y una amalgama de guiños cómicos al pop. Es cierto que, al principio, tardé un poco en adaptarme a las desquiciadas historias que el autor va contando, incluso en las primeras páginas llegué a pensar: “¿Qué demonios es esto? No lo entiendo”. En el tercer capítulo o tercer bloque de relatos, entonces, le cogí el tranquillo y me empezó a entusiasmar y a divertir. En realidad, si uno tiene cierto bagaje como lector habituado a las anomalías literarias, Leyner no es tan raro. De hecho, encuentro conexiones o influencias entre Mi primo… y dos obras que me fascinan: El almuerzo desnudo (William S. Burroughs) y La exhibición de atrocidades (J. G. Ballard). Aunque los dos autores utilizan estructuras diferentes en esos dos libros, quien los haya leído sabrá a lo que me refiero: a menudo el lector se pierde o le es difícil asumir el grado de paranoia de los relatos, pero la experiencia es inolvidable… la prosa de Ballard y la de Burroughs contagian y ocurre algo parecido con Leyner; en su obra no faltan la ciencia ficción, el toque surrealista, la sobredosis de información… Se supone que estamos ante una sátira sobre la tele, y el resultado está muy próximo a lo que supone sentarse ante el televisor e ir haciendo zapping por los miles de canales que nos saturan y nos ofrecen reality shows, ficción, docudramas, anuncios, telediarios… Si uno hace eso y cambia cada 15 o 20 segundos, al final de la jornada tendrá un montón de historias en la cabeza. Digo “se supone” porque para mí leer este libro se acerca más a la experiencia de pasear por el muro de actualizaciones de Facebook (siempre y cuando todos los que tenemos como “amigos” sean capaces de iluminarnos con sus anécdotas y sus cuentos y sus estados de ánimo). En el mundo de Leyner hay hombres calvos que se arrancan costras de la cabeza, científicos que pueden escanear nuestro ADN para saber la fecha de fallecimiento, personas que tienen cara de anciana y cuerpo de nadador olímpico, extrañas criaturas mutantes, doctores que dicen a sus pacientes que ya están muertos y que tendrán que sacarles el alma del cuerpo… Quizá el capítulo que más me hizo reír fue el 6, "La provocación de un pelo suelto en un peinado por lo demás perfecto": cuenta la historia de un tipo cuyo coche explota porque le han puesto una bomba… pero, como en los dibujos animados de la Warner, no muere y sale a comprobar el capó, vuelve a entrar, arranca y explota de nuevo, vuelve a salir, inspecciona el vehículo, entra y explota otra vez, y así. A menudo Leyner se salta a la torera la puntuación y abandona el uso de las mayúsculas. Pero todo el rollo que yo cuente aquí no os servirá de nada porque cada uno debe contar con su propia lectura, su propia visión. Por ello os recomiendo la reseña que acaba de publicar Joan Flores y os dejo con algunos ejemplos de esta novela o conjunto de relatos: La corrupción era una epidemia, alcanzando su apoteosis absoluta cuando el padrino paralítico de 94 años de la familia de mafiosos que controlaban el crimen organizado en Luisiana fue coronado Miss Universo en Taipés, Taiwán, y premiado con un anillo de rugby, una tiara, un Renault, 8000 dólares en efectivo y el equivalente a un año de cosméticos Avon gratis. ** Mientras se acercaba la fecha de mi ejecución, hubo problemas en el corredor de la muerte. A un preso se le denegó su petición de última comida –beicon y huevos cocidos, tostada de pan de centeno y patatas fritas– porque excedía los límites de colesterol establecidos por la Unidad Operativa para el Estilo de Vida y el Bienestar en las Prisiones dirigidas por el Presidente. ** ¡Dios, estos supositorios de mezedrina que me dio el Yogi Vithaldas son buenos! Mientras plancho unos pantalones de tenis dicto un haiku en el magnetófono y después salgo pitando para arreglar un desagüe atascado en el lavabo del baño y luego hago tres minutos de puching ball antes de hacer el origami de una mantis religiosa y después leo un artículo en la revista High Fidelity mientras remuevo el coq au vin. ¡Estos supositorios de mezedrina son fantásticos! ** ¿sabes quién soy? en mi tarjeta american express pone simplemente: vertebrado perecedero, no follar después de la fecha impresa en la base ** […] el tipo tenía todo tipo de problemas físicos: era mitad humano, mitad topo y parte cyborg, supongo, porque tenía un pene con la punta de fibra de nylon y testículos de carburo de tungsteno de larga duración y tenía que ponerse inyecciones de células de feto de cordero y tomar baños de asiento de ácido clorhídrico todos los días o la mitad topo superaría a la mitad humana y los tratamientos lo ponían bastante malhumorado y caprichoso […] [Pálido Fuego. Traducción de José Luis Amores]
Unos días antes de salir esta obra a la venta me dijo José Luis Amores, traductor y editor de Leyner, que esta vez no las tenía todas consigo, pues se trata de un libro muy raro, que se aparta de lo que estamos acostumbrados a leer. Sin embargo no suelo dejarme llevar por lo que dicen los propios editores: pensé que igual exageraba. Y luego tuve que darle la razón. Mi primo, mi gastroenterólogo es una locura total, una mezcolanza postmoderna de historias increíbles y fantásticas y una amalgama de guiños cómicos al pop. Es cierto que, al principio, tardé un poco en adaptarme a las desquiciadas historias que el autor va contando, incluso en las primeras páginas llegué a pensar: “¿Qué demonios es esto? No lo entiendo”. En el tercer capítulo o tercer bloque de relatos, entonces, le cogí el tranquillo y me empezó a entusiasmar y a divertir. En realidad, si uno tiene cierto bagaje como lector habituado a las anomalías literarias, Leyner no es tan raro. De hecho, encuentro conexiones o influencias entre Mi primo… y dos obras que me fascinan: El almuerzo desnudo (William S. Burroughs) y La exhibición de atrocidades (J. G. Ballard). Aunque los dos autores utilizan estructuras diferentes en esos dos libros, quien los haya leído sabrá a lo que me refiero: a menudo el lector se pierde o le es difícil asumir el grado de paranoia de los relatos, pero la experiencia es inolvidable… la prosa de Ballard y la de Burroughs contagian y ocurre algo parecido con Leyner; en su obra no faltan la ciencia ficción, el toque surrealista, la sobredosis de información… Se supone que estamos ante una sátira sobre la tele, y el resultado está muy próximo a lo que supone sentarse ante el televisor e ir haciendo zapping por los miles de canales que nos saturan y nos ofrecen reality shows, ficción, docudramas, anuncios, telediarios… Si uno hace eso y cambia cada 15 o 20 segundos, al final de la jornada tendrá un montón de historias en la cabeza. Digo “se supone” porque para mí leer este libro se acerca más a la experiencia de pasear por el muro de actualizaciones de Facebook (siempre y cuando todos los que tenemos como “amigos” sean capaces de iluminarnos con sus anécdotas y sus cuentos y sus estados de ánimo). En el mundo de Leyner hay hombres calvos que se arrancan costras de la cabeza, científicos que pueden escanear nuestro ADN para saber la fecha de fallecimiento, personas que tienen cara de anciana y cuerpo de nadador olímpico, extrañas criaturas mutantes, doctores que dicen a sus pacientes que ya están muertos y que tendrán que sacarles el alma del cuerpo… Quizá el capítulo que más me hizo reír fue el 6, "La provocación de un pelo suelto en un peinado por lo demás perfecto": cuenta la historia de un tipo cuyo coche explota porque le han puesto una bomba… pero, como en los dibujos animados de la Warner, no muere y sale a comprobar el capó, vuelve a entrar, arranca y explota de nuevo, vuelve a salir, inspecciona el vehículo, entra y explota otra vez, y así. A menudo Leyner se salta a la torera la puntuación y abandona el uso de las mayúsculas. Pero todo el rollo que yo cuente aquí no os servirá de nada porque cada uno debe contar con su propia lectura, su propia visión. Por ello os recomiendo la reseña que acaba de publicar Joan Flores y os dejo con algunos ejemplos de esta novela o conjunto de relatos: La corrupción era una epidemia, alcanzando su apoteosis absoluta cuando el padrino paralítico de 94 años de la familia de mafiosos que controlaban el crimen organizado en Luisiana fue coronado Miss Universo en Taipés, Taiwán, y premiado con un anillo de rugby, una tiara, un Renault, 8000 dólares en efectivo y el equivalente a un año de cosméticos Avon gratis. ** Mientras se acercaba la fecha de mi ejecución, hubo problemas en el corredor de la muerte. A un preso se le denegó su petición de última comida –beicon y huevos cocidos, tostada de pan de centeno y patatas fritas– porque excedía los límites de colesterol establecidos por la Unidad Operativa para el Estilo de Vida y el Bienestar en las Prisiones dirigidas por el Presidente. ** ¡Dios, estos supositorios de mezedrina que me dio el Yogi Vithaldas son buenos! Mientras plancho unos pantalones de tenis dicto un haiku en el magnetófono y después salgo pitando para arreglar un desagüe atascado en el lavabo del baño y luego hago tres minutos de puching ball antes de hacer el origami de una mantis religiosa y después leo un artículo en la revista High Fidelity mientras remuevo el coq au vin. ¡Estos supositorios de mezedrina son fantásticos! ** ¿sabes quién soy? en mi tarjeta american express pone simplemente: vertebrado perecedero, no follar después de la fecha impresa en la base ** […] el tipo tenía todo tipo de problemas físicos: era mitad humano, mitad topo y parte cyborg, supongo, porque tenía un pene con la punta de fibra de nylon y testículos de carburo de tungsteno de larga duración y tenía que ponerse inyecciones de células de feto de cordero y tomar baños de asiento de ácido clorhídrico todos los días o la mitad topo superaría a la mitad humana y los tratamientos lo ponían bastante malhumorado y caprichoso […] [Pálido Fuego. Traducción de José Luis Amores]