Siendo niño el psicólogo del colegio me dijo que tenía un problema con la autoridad.
Le dije que no tenía ni puta idea.
Hoy solo tengo activas dos notificaciones activas en mi móvil:
- Llamadas
- Ventas
El resto las desactivé con mi primer smartphone.
No es ni por las distracciones ni por el tiempo perdido. Es por mi problema con la autoridad.
Si me costaba escuchar a un profesor incompetente no voy a obedecer a un rectángulo brillante.
Si permites que otros te digan por dónde ir no te extrañes cuando no llegues a tu destino.
Atiende.
La única diferencia entre un hábito y una decisión es quién decide.
Tu jefe, tus competidores, tus clientes, la bandeja de entrada, el rectángulo brillante… es hábito.
Tú; es decisión.
Úsalo a tu favor. Crea costumbres, elige qué quieres que sea un hábito.
Convierte en hábito las flexiones y en decisión contestar (o no) ese email.
La ensalada en hábito, la cerveza en decisión.
Llamar, preguntar por el presupuesto, marcar el siguiente paso. Hábito.
Ayudar, responder, descansar, regalar. Decisión.
Siempre en guardia.
A los hábitos les encanta aparecer de la nada, acomodarse en el asiento del conductor y manosear todos los botones del salpicadero.
Los hábitos no piden permiso. Van con la cabeza tan alta que ni se te ocurre preguntarles quién coño les ha invitado.
¿Reunión presencial? Pues será lo que toca.
¿Propuesta? Eeeeesto… sí, claro.
¿El pago? Cuanto usted diga, mi señor.
En el newsletter hablo de cómo los clientes mangonean a los vendedores.
Técnicas PREMEDITADAS que consiguen que el vendedor se ponga en piloto automático y acabe haciendo aquello que se prometió no repetir.
¿Te suena?
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Marcando esto aceptas la política de privacidadLa entrada Mi problema infantil nunca confesado hasta ahora se publicó primero en mongemalo.