MI RELATO PARA EL TALLER Nº 36 DE LITERAUTAS

Publicado el 24 junio 2016 por Yolandat @bt_yolanda
Este mes, en la sección Móntame una escena de Literautas propusieron escribir en relato donde apareciera una anciano y una llave. Pues aquí te dejo mi aportación. Que disfrutes de la lectura.

AMARGA SOLEDAD

El anciano encontró la llave en medio del camino, junto a las tomateras.
    Había sido un duro día de trabajo y se tomaba su tiempo para volver a casa. A fin de cuentas, no tenía prisa. No le esperaba nadie importante.
    Oscurecía y la tarde empezaba a refrescar pero él seguía sentado en la tumbona, acariciando la cabeza de Bufi, un labrador, y contemplando su creación. Desde que ella desapareció, se había volcado por completo en el huerto y... en las mujeres.
    Disfrutaba removiendo la tierra, cavando surcos, plantando semillas, quitando hierbajos, colocando cañas y cuidando los lirios del pequeño jardín. Las flores preferidas de Ana.
    El esfuerzo diario le hacía olvidar durante unas horas la tragedia en la que se había convertido su vida. Le ayudaba a aplacar el dolor que le producía la pérdida de su mujer, hacía ya cuatro años. Mientras que la compañía nocturna le permitía amortiguar la angustia de no poder acariciarla.
    Durante todo ese tiempo, viviendo con la mitad de su alma, había querido morir cada mañana al despertar. Pero no podía llevar a cabo su deseo. Se lo había prometido a Ana en el lecho de muerte. Y se recordaba, una y otra vez, que tenía que ser valiente para afrontar el futuro porque, como ella solía decirle, "las cosas llegan cuando tienen que hacerlo y así debemos aceptarlo".
    Desanimado, se incorporó y se dirigió hacia el coche. Sin embargo, algo le detuvo. Los últimos rayos de sol iluminaban un objeto en medio del camino. Se acercó y descubrió una llave dorada. Instintivamente se palpó el bolsillo izquierdo. No estaba, así que se agachó para recoger la llave de la barraca. "Se habrá caído mientras limpiaba las malas hierbas", pensó. Pero al tocarla, su mano cambió. Inmediatamente dio un salto hacia atrás, asustado. Durante unos segundos se la quedó mirando decidiendo qué hacer. Finalmente, su curiosidad fue más fuerte y volvió a tocarla.
    De repente, su piel era joven. Se tocó la cara y se palpó los brazos. Las arrugas habían desaparecido y los músculos estaban firmes de nuevo. Incluso volvía a tener su mata de pelo oscuro.
Muy sorprendido, miró alrededor. El huerto también había cambiado. Ahora era una gran extensión de terreno donde se alzaban árboles frutales de diferentes clases, mientras que sauces y olmos custodiaban las orillas de un arroyo. Su modesta barraca se había convertido en el cobertizo de una gran casa de paredes blancas, cuyas ventanas estaban decoradas con macetas repletas de flores.
    Se fijó que en el porche alguien había preparado una mesa para dos, alrededor de un centro de lirios. ¿Qué significaba aquello? Y, entonces, la vio, sentada en un balancín, leyendo. Era Ana, joven otra vez, igual de hermosa que cuando la conoció. Quedó tan impactado que fue incapaz de moverse mientras las lágrimas le nublaban la vista.
    La magia se rompió cuando dos niños salieron corriendo de la nada y, abrazándose a sus piernas, gritaban: "¡Abuelo!". Ella los miró y sonrió, satisfecha. Sin embargo, él sabía que algo iba mal. Ellos no tenían nietos. Por desgracia, nunca consiguieron ser padres.
    La cabeza empezó a darle vueltas, sin comprender. Y, entonces, despertó.
    Tenía la boca pastosa y Bufi reclamaba su atención mordisqueándole el tobillo. Poco a poco, el mundo real cayó sobre él como una losa, oprimiendo todo su ser y haciéndole desear que la muerte le llegara pronto.
    No había rastro de la chica con la que había pasado la noche, pero sí de los efectos del alcohol que había tomado para olvidar que no era Ana la que yacía a su lado.
    Suspiró. Estaba solo otra vez y había vuelto a perder a su amada esposa, como tantas otras noches.