Mi religión

Por Ficalmo
Yo, que creer, la verdad, no creo, ahora estoy empezando a ver inconvenientes a mi falta de fe. Me molesta la caradura de las jerarquías eclesiásticas que se apropian de la patente de Dios. Como Él todo lo sabe, debemos dar por supuesto que está al día de que en el planeta Tierra –que es uno de los miles de millones de chismes que se le ocurrió fabricar aquella jornada que se puso creativo– tiene una oficina de management que explota su imagen en exclusiva y de qué manera. En otros tiempos castigaban la piratería o la reproducción de dioses alternativos con la hoguera. Los que creen en la prueba del carbono 14 que afirma que la Sábana Santa es un póster mal hecho del siglo XIV, creo que pierden derechos irrenunciables.
He pensado que lo mejor sería inventar una religión donde arranquemos derechos sin esperar a que las leyes nos amparen, sin consentir la más mínima crítica, intromisión o alteración de nuestra forma de vida. Tendríamos derecho al desprecio del que dudara de nuestra fe, del mismo modo que hacen otros cuando sonríes al escuchar la chapuza del milagro de la transformación de agua en vino (tan practicada por nuestros taberneros desde tiempos remotos), en plena era de Harry Potter y El Señor de los Anillos. Estoy segura de que si la Biblia admitiera revisión, estas cosas mejorarían en ediciones contemporáneas. Como método que evidencia la divinidad deja mucho que desear.
Una religión que nos ampare. Sin dogmas ni proselitismo. Un espacio en el que vivir en paz, sin demonios, donde imperen los sentidos, también el común, y la vida, nada más, sea nuestro Dios. Y yo Papa o más bien Mama.