Mi ridículo sólo me dura horas

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Por mi condición de mago de La Orotava (nada tiene que ver con la magia para los que no sepan qué uso se le da a este calificativo en las islas Canarias) y más aún de la mísmisima Cruz de las Cebollas, tengo cierta propensión a hacer el ridículo desde que me sacan de esta especie de valle que no lo es. Me he visto muchas veces en una película en diferido de Paco Martínez Soria, cuando recuerdo las ocasiones en las que he visitado lugares más o menos remotos, o cercanos en los que había gente alrededor  atenta a mis “evoluciones”.

Entre mis amistades es conocida la anécdota aquella que cuenta como en cierta ocasión llegué a Madrid-Barajas y raudo corrí a coger un carrito para las maletas antes de que la turba viajera me los arrebatara. ¡Maldita sea!, pensé, al ver que el que había agarrado no iba bien. Sin embargo, lejos de cambiarlo, seguí empujándolo por aquellos pasillos enormes, dejando tras de mi una marca de la goma de las ruedas que no giraban, las malditas. Un señor que estaba por allí, con cierta cara de compasión se me acercó y me indicó, en un tono discreto, que sólo tenía que bajar la manilla para liberar las malditas ruedas. No quería sino morirme de la vergüenza.

Y no ha sido la única vez, tengo repertorio para rato, como aquella vez que estuve más de dos horas en un velatorio consolando a una señora viuda, pensando que era la madre de una amiga, y cuándo le pregunté que a qué hora llegaba al duelo de su padre mi amiga me dijo que ella no tenía hijas. No era el tanatorio, ni el difunto, ni el día, ni el lugar. Colorado como un tomate besé a la señora por la reciente amistad y me fui a mandarme un sol y sombra para olvidar el ridículo que había pasado de nuevo.

!Qué sensación esa! No me negarán que el cuerpo se les queda entre tembloroso, frío y sofocado al mismo tiempo. Todo el mundo mirándote y pensando para sus adentros: ¡pobre! ¡estúpido! ¡simplón! o vete tú a saber cuántas cosas más.

Pero, pese a todo, mi condición de ser anónimo y anodino me libera del ridículo una vez pasan las horas o los días, y miro para otro lado. Yo no represento a nadie, ni quedo en las hemerotecas de por vida, como un auténtico singuango (ni por los hilillos de plastelina, ni por un primo que dice que el cambio climático es mentira, ni por hablar tejano, ni por un café con leche en la Plaza Mayor, ni por nada parecido).

Menos mal.