Mi suegro

Publicado el 01 septiembre 2011 por Rbesonias


Mi suegro es autónomo, tiene una ferretería con la que durante décadas sacó adelante a su familia y a no pocos jóvenes sin otra salida que el paro. Mi suegro no fue a la escuela, pero sabe leer y escribir, y nadie le engaña haciendo números. Mi suegro ve el telediario y no entiende nada; solo intuye que si las cosas van a mejor, es que sucedió un milagro. La única regla para sobrevivir es que la suerte te pille currando. Y mi suegro trabaja mucho, os lo aseguro. Se levanta temprano y cena tarde; a veces incluso debe traerse a casa facturas que cuadrar. Como mi suegro hay en España muchos otros, ciudadanos perplejos que no acaban de entender la jerga esotérica de los políticos, las ganancias exponenciales de los bancos o los tejemanejes de los gerifaltes de la Unión Europea. Por eso prefiere encender la tele y hacerse el sordo; si pusiera un poco de esfuerzo en retener las noticias, la úlcera acabaría reclamándole intereses.

Hace unos días mi suegro escuchó por la radio que los mercados están rabiosos y que por eso Zapatero ha tenido que darles carnaza con la que aliviar su ansia de certidumbre. Pero mi suegro no entiende muy bien a qué se refieren los medios cuando dicen eso de los mercados. Él entiende que un mercado es un lugar en donde se ofrecen alimentos; alguien te vende fruta y verduras y tú las compras. Y todos salen ganando; o deberían. Yo le expliqué que un mercado es cualquier tipo de actividad económica, venda lo que se venda. Y que existen personas que se dedican a comprar y vender el dinero de otras personas, y que a eso le llaman mercado financiero. Mi suegro me miró con escepticismo. ¡Cómo puede ser que el dinero pueda venderse y comprarse! También le expliqué que estas personas son precisamente las que mueven el dinero en el mundo, que antes eran las empresas y los trabajadores los que hacían más o menos próspera la economía de un país, pero que ahora es este mercado financiero el dueño de nuestro futuro. La mirada de mi suegro esbozó un gesto de tristeza. O sea, que el trabajo de los obreros y los autónomos ya no sirve; que por mucho que uno se esfuerce, son otros los que deciden si tu empresa seguirá adelante o se la llevará el agua del retrete. ¡Vaya mierda! Pues sí, vaya mierda.

Si Zapatero no ha podido atarle los machos al mercado financiero, ¡qué pueden hacer un puñado de ciudadanos! Cabrearse y pasar por el aro, volverse a cabrear y volver a ceder, rezando que no venga otra crisis y se nos lleve a todos a tomar viento. Mi suegro dice que de nada sirve agobiarse, que lo mejor es trabajar y cruzar los dedos, no sea que a un desalmado que vive a miles de kilómetros se le ocurra tirar de un hilo y nos fastidie a nosotros el chiringuito. Cosas del efecto mariposa. La prosperidad de un puñado de agentes financieros se convierte en la ruina de miles de ciudadanos, como 2 y 2 son 4. Por eso es mejor tomarse este asunto con filosofía; ya estamos suficientemente desarmados, como para que encima venga un telediario y te desluzca la tarde. Chorizos los ha habido siempre, de guante negro, blanco y sin guantes. A quien le tocó en desgracia tener que trabajar para conseguir siquiera salir a flote, ya no le sorprende nada. Sabe que da igual quién tenga el poder, que acabará llamando a tu puerta para llevarse el pago que cree corresponderle; es ley de vida. La única diferencia es que a esos sinvergüenzas antes podías verles el cogote; hoy se esconden en el anonimato de una oficina y tecleando en un ordenador o haciendo un par de llamadas son capaces de joderte la digestión. Su insaciable voracidad hace temblar a presidentes de gobierno, que acaban pasando, por puro realismo político, por el aro
angosto de su afilada dentadura.

La pregunta que se hace mi suegro es de una lucidez meridiana: si esos mercados de los que hablas, son capaces de tener amedrentado a Zapatero, ¿a quién podemos recurrir?, ¿quién velará por nosotros?... ¡Qué puedo responder! Si la política y la justicia dejan de ser nuestros mediadores ante la insensatez y la mezquindad, la esperanza de poder vivir en un Estado Social que nos proteja de los desequilibrios económicos y sociales queda herida y agonizante, a merced de la lógica instrumental de los mercados. Y más aún, la credibilidad y la legitimidad democrática quedan en entredicho.

Ramón Besonías Román