Seguramente la Vig-Bay era la carrera que más me apetecía correr por todo el carácter sentimental de la misma. Mi madre y toda mi familia materna es gallega, y mi familia y yo hemos veraneado en Playa América, Panxón, Nigrán, y toda esa zona desde muy pequeñitos. Además -como siempre- corría con mi primo Antonio, que es vigués y nos estarían animando Yova, Bisuki y Eva, nuestros tíos, etc.
Una pasada sobre el papel... pero resulta que en Febrero me tiré casi tres semanas consecutivas viajando, y con una carga de trabajo brutal. Además, en mi viaje a Bogotá y Buenos Aires tuve un jet-lag acojonante que hizo que durmiera 3 horas durante 4 o 5 días, aderezado todo con una "cagalera" importante durante un par de días, y maratonianas sesiones de trabajo.
En resumen, que de las tres medias, con diferencia es la que peor preparado estaba de todas. Y Antonio iba parecido. Tuvo una inoportuna lesión de rodilla que le impidió correr en Sevilla y que le dejó en el dique seco durante 2 o 3 semanas, con lo que ambos llegábamos muy justos de preparación a pesar de las dos semanas previas en la que intensificamos los entrenamientos.
Por si fuera poco, el tiempo no acompañaba, y todos los pronósticos que consultábamos daban lluvias intensas para la hora de la media maratón (10.30). Pero allí estábamos después de un sábado muy chulo por las calles de Vigo. El domingo quedamos en Samil con Paula (amiga de Antonio) que también llevaba su propia cruz en forma de una inoportuna caída que la tenía mermada y auto-inyectándose desde hacía unos días.
Llovía como si se fuera a acabar el mundo, y frente a la estampa habitual de miles de camisetas multicolor alrededor del arco de salida (que por cierto, la organización decidió no levantar por culpa del viento) encontrábamos a todos los corredores arrebatando los restaurantes que había a pie de playa, simplemente resguardándose de una caladura asegurada y aguantando al máximo antes de acercarse para colocarse en los cajones de salida.
Nosotros fuimos para la salida 10 minutos antes. El tiempo justo para calentar un poco, si bien podíamos usar los primeros metros para ponernos a tono. Y después de sonar el himno gallego, arrancó la Vig-Bay 2016. Estuvo lloviendo hasta Canido. Aproximadamente 1,5km, y después como por arte de magia el cielo se abrió y salvo alguna lluvia ligera al final de la carrera, nos brindó una carrera en seco.
Centrándonos en los 21km que se planteaban por delante arrancamos de forma distinta. Nos habíamos planteado ir a 5.45 m/km, conscientes de que ninguno de los dos andaba muy bien y que sería oportuno ir reservando durante toda la carrera. Y así fue. Desde el principio mantuvimos un ritmo suave y constante, pero por algún motivo que desconozco algo no iba bien en mis pulsaciones. Antes del km 3 ya estaba en 160 ppm, lo que me hizo andar con el freno de mano echado por miedo a que acabara notando la fatiga si me hacía los 18 km restantes a tan elevadas pulsaciones (en sevilla no toqué las 160 hasta pasado el km 12, y eso que fui a 5.30 toda la carrera)
El caso es que anduve frenando a Antonio, que me aguantó preguntándome si iba bien. Siempre le respondía lo mismo. Voy bien, pero no me gusta ir tan arriba de pulsaciones por si acabo fundido. Pero cuando en el km 10 vi que aquello no cambiaba ni a mejor ni a peor, decidí olvidarme del pulsómetro y dedicarme a disfrutar y a correr sin mirar el reloj. Me encontraba muy bien, así que empecé a disfrutar de las vistas y los recuerdos. Y como por artte de magia empecé a apretar y poco a poco mi ritmo iba aumentando casi a la vez que pasaba por sitios en los que mil recuerdos venían a mi mente.
Incluso recuerdo que al entrar en Nigrán pasamos por una casa en la que estuvimos veraneando allá por los 90. E inmediatamente me acordé de un bar que había con mi abuelo al otro lado de la carretera por la que íbamos corriendo. Recuerdo que íbamos a ver el Tour de Francia y a que el se tomara un carajillo (a espaldas de mi abuela, por supuesto). Se me humedecieron los ojos pero casi de pronto me puse a sonreir. Corría y me reía. Hubo un momento al pasar por las pistas de tenis y el pabellón en el que se me puso la carne de gallina.
Antonio y yo seguíamos a buen ritmo. Poco a poco incrementándolo. Los km seguían pasando y no había síntoma alguno del cansancio. Al contrario. Cada vez me encontraba mejor. Y entonces vi a mi tía Bicho (la madre de Antonio), y pocos metros después al tío Gago y a la tía Ana. Subidón de adrenalina y saludos, gritos, sonrisas que volvieron a darnos un chute de energía justo antes de afrontar el temido monte Lourido, donde también tenemos unas cuantas historias de verano adolescente que contar.
No podíamos fallar. Estábamos a menos de 3km y tocaba apretar los dientes para llegar al final. Los últimos km sentí que iba genial de piernas, pero preferí ir al lado de Antonio y Paula. Lo dejamos claro desde días antes de la carrera. Iríamos juntos hasta el final, apoyándonos y evitando que tuviéramos bajones (como tuve en Sevilla o Aranjuez).
Y así afrontamos el último km ya en las calles de Baiona -abarrotadas de gente pese al mal tiempo-. Una pasada de carrera en la que mi cabeza no paró de recibir impactos de recuerdos de varios años de veranos inolvidables. Como inolvidable será ya esta carrera. Otra muesca en mi culata. Otra media maratón. Quién me lo iba a decir hace unos años, cuando llamé a mi madre emocionado al terminar mi primera carrera de 10 km.