Mi tío Oswald es la historia de Oswald Hendryks Cornelius, “connaisseur, bon vivant, coleccionista de arañas, escorpiones y bastones, amante de la ópera, experto en porcelana china, seductor de mujeres, y casi sin duda el mayor fornicador de todos los tiempos”, o una parte de ella, en la que se cuenta cómo llegó a ser rico y a alcanzar el tren de vida que lleva. Con 17 años su madre le envía a estudiar a Francia y le acomoda en una pensión cutre y pobretona donde el tío Oswald se da cuenta de que, para vivir bien, necesita dinero. Ni corto ni perezoso se pone a buscar la manera de conseguirlo y la encuentra cuando viaja a Sudán y descubre que existe un escarabajo que, una vez secado al sol y convertido en polvo es un fuerte afrodisiaco. No tarda mucho con hacerse con una buena cartera de clientes a los que vende su maravilloso producto, pero su mente inquieta sigue maquinando y con la ayuda de uno de sus profesores encuentra la manera de congelar semen. ¿Qué mejor negocio que vender el esperma de personajes ilustres? Su amiga Yasmin, a la que nada frena se presta rápidamente a formar parte del negocio y de este modo se van haciendo con el codiciado producto de celebridades de la talla de Freud, Picasso, Renoir y varas casas reales. “De repente me dijo con voz asfixiada y algo mojigata 'Señora, desearía que se quitara la ropa'.
-¡Oh, majestad! -Exclamé, poniéndome las manos en el pecho - ¡Qué decís!'
-Desnúdese -dijo él, tragando saliva.
-¿Qué ocurrió luego?
-Esta gente de la realeza es muy extraña. Conocen algunos trucos que nosotros, ordinarios mortales, ignoramos”.
Como veis, un texto gamberro y divertido que nos hará reír con situaciones de lo más disparatadas. Es cierto que el tema se presta a ser soez y a caer en la grosería pero un maestro como Dahl no iba a dejar que esto ocurriera, lo trata con naturalidad y desparpajo, sin entrar en descripciones sexuales implícitas, sino dejando que el lector juegue con su imaginación y creando un relato fresco y lleno de guiños. Como en todos sus libros, su manera de escribir ágil y desprovista de artificios convierte la lectura del mismo en un paseo divertido y agradable que hace que al terminarlo lo cierres con una sonrisa.