(Foto: Jastrząb mlody)
A medida que las chiquillas van creciendo, voy teniendo más movilidad para explorar los rincones menos frecuentados de nuestro entorno. Ya les tenía ganas, pasados cinco años de habernos mudado aquí. Hoy, tras dejarlas en la escuela de verano, he descubierto un nido de azores a diez minutos escasos de nuestra casa. Típicamente más alto que ancho, en el tercio superior de un grueso pino carrasco que hunde sus raíces en el borde de un calvero en hondonada, rodeado por el extenso pinar. Dos pollos, ya volados hace semanas, andan piando y persiguiéndose -uno de ellos con una presa en las garras- por la maraña boscosa.Una inspección rápida, por no molestar, y anoto buen número de restos de presas: muchas urracas, sobre todo volanderas, un zorzal charlo, una paloma torcaz, unos cuantos conejos, una ardilla...
Aquí algunos restos de aves, incluyendo dos fragmentos de egagrópilas que son todo plumas. Y, arriba, una pluma de muda de uno de los azores adultos.