Está claro que muchos recuerdan a Hayao Miyazaki por ser tan importante para varias generaciones debido a las series que marcaron una época como Heidi (1974-1977) y Marco (1976), aunque sólo fuera el creador de los personajes, ya que el verdadero artífice fue su compañero y amigo Isao Takahata, con el que creó en 1985 el famoso y elogiado Estudio Ghibli. Precisamente, un año antes Miyazaki nos sorprendió a muchos con una gran serie con perros como protagonistas, coproducida con Italia y basada en el famoso personaje de sir Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes, convirtiéndose también en una serie de culto en la que se veía una elegancia en la puesta en escena y una buena construcción de los personajes principales.
Pero también sus películas han marcado un antes y un después tanto en la animación japonesa como en la de todo el mundo, debido seguramente por su predilección y gran apuesta por la animación tradicional en 2D; también por su supuesto amor a la naturaleza con el que logramos observar paisajes de gran belleza y por una magia que envuelve todas sus historias llegando a emocionar. Por eso es de agradecer el reestreno en las salas de cine de una de sus películas más emblemáticas y más queridas, Mi vecino Totoro (1988), que después de veintiún años de su creación no ha perdido ni un ápice de todo su encanto. Aunque cuando se estrenó en su momento no cuajó del todo en el mismo Japón, el paso del tiempo la ha colocado en un puesto privilegiado en la mente de los nipones, gustando a casi todos. Y la verdad es que la historia es emocionante por mostrarnos a dos crías, Satsuki i Mei, que se van a vivir al campo con su padre y en el que conocerán al duende de un cuento de hadas, Totoro, con el que vivirán una experiencia inolvidable. Además, es indispensable en la historia la relación de las hermanas con su madre que se encuentra convaleciente en un hospital. Y es que se podría decir que es una película muy japonesa, donde se pueden ver también varias referencias al Sintoísmo, una religión más cercana a la filosofía por basarse en una adoración a los espíritus de la naturaleza, donde todas las cosas tienen su alma: las piedras, la hierba, cada árbol...
No olvidemos tampoco que las películas de Hayao Miyazaki, con el Estudio Ghibli detrás suyo, tienen un tremendo potencial artístico, recreando un mundo propio de realidad y fantasía situado perfectamente en una maravillosa puesta en escena, con una inusitada capacidad para animar cualquier detalle, por difícil que sea. Y no sólo eso, sus historias mantienen un pulso fuerte a la hora de intentar dejar huella en el espectador de algún claro mensaje, como la unión en la familia en Mi vecino Totoro, consiguiendo su objetivo sin ser una historia marcadamente infantil aunque sí un tanto moralizadora. Otras películas como la simpática Nicky, la aprendiz de bruja (1989), cuyo horrendo doblaje en español ridiculiza la historia y la hace más infantil de lo que aparenta ser, o la brillante aunque larga La princesa Mononoke (1997), con demasiados mensajes ecológicos, son historias en las que los protagonistas principales son adolescentes bastante responsables que dejan a sus familias por alguna causa que otra pero con los que mantienen igualmente un fuerte vínculo.
También encontramos en la filmografía de Miyazaki más muestras del encanto de sus historias, como la genial Porco Rosso (1992), la mágica El viaje de Chihiro (2001), la sorprendente y misteriosa, aunque con fallido final, El castillo ambulante (2004), y la preciosa, aunque también con un final un tanto pomposo, Ponyo en el acantilado (2008).
"Particularmente, Mi vecino Totoro es una película que sorprende por su forma tan sencilla de atrapar al espectador y por su especial atención en mostrar una infancia llena de ternura e imaginación, con unas terribles ganas de vivir que es lo que precisamente nos produce una emoción que no podremos olvidar"
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