ISBN: 9788426421395
Precio: 22,90 € (e-book: 14,99 €)
Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y sin embargo lo hacemos, lo hacemos a todas horas. «Vida querida», pág. 333.
Cuando me acerco a la obra de un gran escritor suelo sentir una mezcla de respeto y atracción; el temor de que no me guste tanto como a los demás conjugado con las ganas de leerlo cuanto antes. La canadiense Alice Munro (Wingham, Ontario, 1931), autora de doce libros de relatos y dos novelas, pertenece a este selecto grupo: ha ganado reconocimientos tan importantes como el Man Booker International Prize 2009 y su nombre suena año tras año para hacerse con el Premio Nobel de Literatura. Sus cuentos se caracterizan por explorar las relaciones humanas en contextos cotidianos y ella misma reconoce tener influencias de figuras como Flannery O’Connor, Eudora Welty, Katherine Anne Porter y Carson McCullers. Mi vida querida (2013), publicada en España en edición de tapa dura y con una bella cubierta, es su compilación más reciente y, según Munro, la última que publicará. Consta de diez relatos y cuatro textos adicionales, englobados bajo el título de «Finale». Este final es, en palabras de la autora, «lo primero y lo último —y lo más íntimo— de cuanto tengo que decir sobre mi propia vida».
Los cuentos que conforman este libro recrean escenas rutinarias de gente humilde que, por lo general, se sitúan en Canadá en la segunda mitad del siglo XX. Enseguida sorprende la gran cantidad de detalles que contienen: son relatos para leer muy despacio, mientras prestamos atención a cada párrafo, reflexionamos sobre lo que ha querido expresar la autora y, en definitiva, disfrutamos de su extraordinaria prosa. No narran acciones rocambolescas, sino que beben del realismo, de la recreación de ambientes que en apariencia parecen tranquilos y previsibles, pero en los que en un momento dado se produce un giro argumental que consigue cambiar la interpretación que el lector había hecho hasta entonces. Ese es uno de sus méritos: construye con meticulosidad una historia en la que todas las piezas encajan y logra asombrar al lector, hacerle pensar durante un rato en aquello que le ha transmitido. Por eso me ha resultado imposible leer estas narraciones del tirón; necesitaba un tiempo para digerirlas.
La mayoría de relatos están protagonizados por niños o jóvenes —incluidos los autobiográficos—, o por adultos que recuerdan lo que les ocurrió cuando tenían esa edad. ¿Se debe al hecho de que en estas etapas vitales se producen las experiencias que más nos marcan? ¿O tal vez a la nostalgia de una escritora veterana? Quizá de todo un poco. No obstante, hay dos excepciones notables: «A la vista del lago», un perturbador relato en el que una anciana se pierde mientras busca un médico (con un desenlace un poco decepcionante para mi gusto); y «Dolly», uno de mis favoritos, sobre un matrimonio de ancianos que recibe una visita inesperada, una trama que en apenas veinte páginas plantea unas magníficas reflexiones sobre la vida, con un final sorprendente y natural al mismo tiempo, como si no pudiera haber sido de otra forma aunque durante un rato nos hizo dudar. Un relato inmejorable para cerrar la selección antes de dar paso al «Finale».
Por otro lado, en muchos de los cuentos mencionados una parte de la acción transcurre en un viaje, lo que interpreto como el devenir de la existencia, que obliga a moverse, a ir de un lugar a otro, a tener principios y finales (la muestra más evidente es «Tren», sobre un hombre que se pasa la vida huyendo), tanto para tareas cotidianas como para largas estancias en una tierra lejana. A propósito de esto último, hay un relato, «Amundsen», otro de mis preferidos, que narra la llegada de una maestra a un sanatorio. Considero que este texto se sale un poco de la tónica: tiene un planteamiento más intrigante, la ambientación deja sin aliento y transmite la sensación de que puede ocurrir cualquier cosa (y, aun así, el desenlace se sale de lo previsto, como siempre). Se cita Guerra y paz, y no por casualidad, porque sospecho que hay mucho de esa atmósfera rusa en la narración. Hablando de referencias literarias, varios personajes leen o escriben, y en otros relatos se nombran novelas como Huckleberry Finn e Historia de dos ciudades.
Antes de terminar, quiero comentar los cuatro textos que componen el «Finale», escritos en una primera persona de la propia autora. Ella misma dice que no son cuentos, pero el oficio se le nota y lo que nos ofrece se lee igual de bien que el resto del libro. Se podría pensar que estas páginas recogen los hechos más significativos de su vida, qué se yo, una relación apasionada, una enfermedad o un recuerdo traumático. Sin embargo, lo que cuenta Munro no son precisamente lo que consideramos grandes gestas, sino que se queda con lo pequeño, lo que parece anecdótico (una conversación nocturna con su padre, una vecina extraña…), que en sus manos se convierte en trascendental gracias a una mirada capaz de dar valor al dato más nimio, una mirada que nos dice mucho más que el argumento en sí (ya lo dijo García Márquez: «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla»). Y, pese a partir de situaciones tan sencillas, describe con tanta destreza que el lector puede imaginarse perfectamente a esa Alice Munro niña cogida de la mano de su madre, temerosa de que los niños de su clase se metan con ella. El último, «Vida querida», es especialmente minucioso con su entorno familiar. Estos escritos, que suenan tan francos y son de lo mejor del libro, me han hecho reflexionar sobre mi propia vida y mis recuerdos, en lo que me apetecería explicar si tuviera que hablar de ellos. Tenemos la tendencia a pensar en la vida como una sucesión de etapas marcadas por esos hechos importantes a los que me refería antes, sin darnos cuenta de que a menudo la forma en la que nos tomamos los actos cotidianos dice mucho más de nosotros, de cómo somos y de cómo vemos la vida.
Alice Munro.
Munro es grande, muy grande, y además tiene la virtud de escribir de forma amena, con una prosa de las que llamo engañosamente sencillas, porque resultan tan cercanas que parece fácil narrar así, que sale de forma natural, aunque al examinar cada texto se constata que la autora lo ha controlado todo al máximo, que su arte no nace de la nada. Si los cuentos se leen de forma superficial se puede correr el riesgo de que sepan a poco, por eso aconsejo disfrutarlos con calma, con una lectura pausada y atenta, a ser posible sin leerlos todos del tirón. Después de terminar el libro, siento que me he llenado de vida, porque en Mi vida querida desfila la vida misma, las relaciones humanas concentradas en relatos, unas vidas más ricas que las de muchas novelas, dado que el universo de Munro gana complejidad a medida que avanza y nos sumergimos de pleno en él. Nos deja la huella que solo las grandes obras son capaces de provocar y nos recuerda que un auténtico maestro de la literatura no necesita una historia de quinientas páginas para demostrar su genio.Gracias, Alice Munro, por regalarnos tanta vida.