Lo habíamos aceptado ya. De verdad. De corazón. No era resignación. Y visto lo que pasó después, desde luego no era rendición. Pero sí era aceptación. De esa que la vida te enseña, cuando te trae "calabazas".
Pero una vez que aceptas sin fingimiento, te abres a lo que la vida de verdad pueda traerte o enseñarte con esa aparente contrariedad. Porque sabes que, en realidad, nada es bueno ni malo, sino que todo es como debe ser: perfecto. Y que somos nosotros los que ponemos las etiquetas de lo que nos sucede, y añadimos sufrimiento cuando no pasa lo que nos gustaría que pasara.
Quizás a muchas personas esto les pueda parecer muy etéreo. O quizás algo filosófico o intelectual. Pero hemos experimentado tantas veces y con tanta rotundidad la magia que la Vida trae cuando te abandonas a ella, sin exigencias ni sufrimiento respecto a lo que te apetecería, ¡que como para no fiarse!
Poco a poco, el juego empezó a hacerse realidad. De la aceptación sincera, pasamos a la ilusión desbordante ante la posibilidad de que Mey y yo nos reencontráramos con Pablo allí, al menos unos días. Él y Estela, que también estaría allí, miraron vuelos internos de Dallas a Miami, y también resultaban sorprendentemente baratos. No estaríamos los seis juntos. Pero eso ya era mucho pedir. Aceptamos lo que teníamos ante nosotros y reservamos los vuelos. La primera fase del juego estaba culminada. Viajaríamos a Miami.
Todo lo demás estaba en el aire. Mey estaba en plenos exámenes de junio. Así que Pablo, Estela y yo nos conjuramos en la búsqueda de hospedaje y de planes para compartir allí. Reservamos un motel "de mala muerte", aunque no por ello barato, con cancelación anticipada, y seguimos jugando. Aún faltaban muchas semanas. Y podían pasar muchas cosas.
El juego acababa de empezar. Y nosotros continuamos haciéndonos la pregunta mágica, y dejándonos arrastrar por ella: ¿Y si...? ¿Y si...? Hasta que se nos ocurrió que, quizás con algún sistema de intercambio de casas o similar, podríamos encontrar algo más decente y económico. Y allá que nos metimos ilusionados. Durante semanas, desfilaron ante nuestros ojos mansiones de lujo, jardines de ensueño y apartamentos de precio indecente. Hasta que, de repente, apareció el mensaje de Michael. Y nada más leerlo, le dije a Pablo, que intuía que habíamos encontrado casa. Él y su familia llevaban 25 años compartiendo e intercambiando casas, viajaban a Alemania justo en los mismos días en que nosotros estaríamos en Miami, y les cuadraba perfectamente que su casa no pareciera desocupada y que alguien cuidara de su gato Bandit, por entonces enfermo. En un par de mensajes más ya teníamos casa en South Miami. Michael nos prestaba su pequeña mansión para nueve personas, con piscina y un jardín plagado de palmeras de ensueño. Así se cerraba la segunda fase del juego.
Aquella noche, Mey y yo no pegamos ojo. Ninguno nos dijimos el motivo. Pero ya en el trabajo, nos cruzamos por whatsapp un audio casi idéntico, que de nuevo empezaba con la pregunta mágica: ¿Y si ya que no vamos a pagar por el hospedaje, intentamos que puedan venirse también Samuel y Eva? Lo más bonito es que Pablo también había pensado exactamente lo mismo. Y cuando vio que coincidía con nosotros, se puso "como loco" con Estela a buscar vuelos, sin decirles nada a ellos. Nos pareció preciosa esa ilusión por reencontrarse con los hermanos. Pero ya habían pasado bastantes semanas, y los vuelos habían subido ya mucho. La cosa no estaba fácil. Había que practicar de nuevo el "Y SI". Y así lo hicieron. El reencontrarse supondría una combinación total de siete vuelos entre la ida y la vuelta. Y muchas horas de desplazamientos y de esperas en los aeropuertos. Pero ¿quién dijo que los sueños no cuesten? La tercera fase del juego también se había superado. Habría reencuentro familia. En Miami. De los seis.
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