Ha habido que esperar para recibir su atención, suele extenderse demasiado en las entrevistas. El encuentro es en una bonita librería que acaba de abrir en el centro de Madrid. Mis preguntas decide responderlas en la calle para fumar un cigarro. Sale a un callejón y alejado de las miradas de su esposa enciende un cigarro de una pitillera de Marilyn Monroe y un porro de marihuana que guarda en el bolsillo. Pregunta por su libro, “¿Te ha gustado?”.
“No voy a salir de aquí” es la primera novela publicada de este peculiar músico. Ha salido primero en España, un país al que se ha planteado mudarse, “pero la gente se cansaría de mí”. Su idilio, de momento, sigue vivo. Todavía no ha cumplido los treinta años y ya parece un veterano que puede presumir de cinco álbumes, una novela y mucho material en el cajón, “para los malos tiempos”, afirma este músico que guarda su material en la cómoda como quien guarda billetes bajo el colchón.
A pesar de la oscuridad la gente le mira y le reconoce en la calle, él se sorprende y continúa. “Me gusta escribir, siempre me ha gustado, tengo centenares de cuentos, varias novelas y una cantidad ingente de poesía, pero a nadie le interesa la poesía”. Confiesa que nunca pensó que sus escritos saldrían del cajón, pero ahora está entusiasmado. “Esto me ha hecho más ilusión que mis primeros discos”, confiesa apoyado contra la pared, acelerado y fumando de ambas manos. A pesar de estar alejado de sus peores años, ésos en los que vivía de prestado, de los vicios y sin futuro, la literatura de su estrenado libro le conecta con esos días. “Hay mucho de mí en esos relatos, fueron años muy jodidos”. Los contantes dolores que le acompañarán siempre le conectan con los sentimientos de esa época. “Las drogas no funcionan del todo, pero me gustan, me permiten seguir en marcha. Tengo unos parches de heroína para los tolerantes a los opiáceos que me cambio cada tres días y también están las pastillas”. Dibuja su columna en la pared explicando su problema y en qué consistiría la compleja operación que le quitaría el dolor. “El problema es que en unos años no podría moverme si me opero”. Su forma convulsa de hablar se plasma a la perfección en su prosa. Las ideas brotan y se intercambian, saltan y se alejan. “Aunque el dolor es cruel los años me tratan bien, vendo bien mis discos, publico mis libros y tengo material de sobra para no tener que estar siempre en la carretera”. Confiesa que le gustaría tomarse un respiro, pero los tiempos han cambiado, “antes las bandas giraban varios años con el mismo disco, yo si quiero dar concierto tengo que sacar material nuevo”.
La gente se va arremolinando alrededor suyo, dentro le esperan para presentar su novela, su mujer Ashley, cuya foto lleva siempre en la guitarra, sale a buscarle y ante la puerta se la queda mirando embobado, disfrutando de la imagen que “le ha salvado”. De inicio confiesa, “he fumado”, ella le riñe y a la par le da dos pastillas de un bote con prescripción. El libro saldrá en breve en los EEUU, lo publicará la misma editorial que trabajó con Keruac, eso le llena de orgullo. Frente al escaparate de la librería observa contento su obra, aunque ha llovido sigue sorprendiéndose de no estar trabajando en un restaurante. Una señora madura se acerca y le pide que le firme dos discos para su hijo, un grupo local le pide permiso para grabarle para el videoclip que están rodando. Pronto la librería está abarrotada y la gente hace cola para recibir su atención, la atención de un novelista debutante que sedujo con las canciones y es que para muchos de sus seguidores será la primera vez que entiendan lo que este chico atormentado y enamorado tiene que decir.
ALFONSO CARDENAL