Católico apasionado, el actor está fascinado por la frase de Dostoievski: “La belleza salvará al mundo”, aunque, casi cuarenta años después de su conversión –“Cristo le dio un vuelco a mi vida”, reconoce-, cree que más bien “será el amor el que salvará el mundo”.
“Mi día está lleno de oración, en un diálogo constante con Él”, confiesa. “Existe una intimidad, un intercambio inmediato con Dios. Pero, sobre todo, intento amar a todos aquellos que tengo cerca, porque el mensaje de Cristo pasa por el amor al prójimo. Y cada vez descubro más la gracia y la felicidad de saber que Dios está en cada persona. Lamentablemente, no siempre le abrimos nuestra puerta...”, afirma.
Él se la abrió hace más de cuarenta años: “Mis padres no eran practicantes, y yo no fui bautizado. Vivimos durante diez años en Marruecos, y fue un musulmán el que primero me habló de Dios, de una manera que realmente me impresionó. Pedí el bautismo a los 22 años, pero no fue hasta 1987 cuando realmente me encontré con el Señor".
"Yo estaba muy mal, había perdido a mis padres, a algunos de mis amigos, ya no tenía ganas de vivir. Y le pedí al Señor que me ayudara. La respuesta fue inmediata. Al día siguiente, mi padrino me llevó a conocer a un grupo de oración de la Renovación Carismática. Al entrar, quedé impresionado por los cantos, la oración y el amor que se percibía allí..."
Tras una exitosa carrera cinematográfica (Moonraker, El nombre de la rosa, Munich, Ronin, Chacal...), Lonsdale fue merecedor del premio César en 2011 al mejor actor secundario por la película De dioses y hombres, donde encarna al hermano Luc, el médico del monasterio argelino de Tibhirine donde en 1997 fueron brutalmente martirizados por grupos extremistas los siete monjes trapenses que se negaron a abandonarlo por fidelidad a la gente del lugar.
Lonsdale, sin duda uno de los actores más aclamados de su generación, reflexiona en L’amour sauvera le monde (Editions Philippe Rey, París, 2011), sobre la proximidad esencial entre el arte, el cine y la fe:
“El cine es, respecto a cualquier otro ambiente, el más propicio para testimoniar la fe. Durante mucho tiempo, los actores creyentes no han admitido serlo porque muchas gentes del cine, las más apasionadas, eran de izquierdas y despreciaban la fe, considerándola un retroceso de la inteligencia. Cuando yo evocaba a Dios, se me echaban encima: “¡Deja ya de molestarme con eso!”, me increpaban. Y así, nosotros, creyentes, atemorizados, no decíamos nada.”
“En el fondo, los artistas no están tan lejos de la fe: buscan la belleza, la verdad, la expresión, la emoción. Pero desempeñan un oficio lleno de tentaciones: gloria, vanidad, dinero... En mi vida no he establecido jamás una frontera entre el arte y la fe. Soy artista y creyente. (...) Creo que todos los artistas, creyentes o no, están preocupados por la idea de Dios. El arte es una transposición de la vida, que tiende a mostrar lo invisible. Esta capacidad de sentir y presentir está presente en muchos artistas".
“El rodaje de De dioses y hombres ha sido una etapa muy importante en mi vida, aunque solo haya sido porque me ha permitido conocer al figura de frére Luc di Tibhirine. Él encarna mi ideal: no ocuparse más de uno mismo, dedicarse constantemente a los demás. He aquí una de las más hermosas directrices de la fe”.