Michael Sandel y Robert George en Notre Dame: los límites del libre mercado

Por Zegmed

Esta es la última entrega que les debía sobre las participación de los big shots de la filosofía moral contemporánea que se presentaron en Notre Dame hace un par de meses. En esta oportunidad, se trata de una conversación que mantuvieron Michael Sandel y Robert George.

Para los que conocemos al menos un poco acerca del debate americano sobre la Teoría de la justicia de John Rawls (1971), Sandel resulta una figura emblemática. No mucho tiempo después,  Sandel escribió un muy importante libro que lo lanzó a la fama académica: El liberalismo y los límites de la justicia (1982). No toca entrar en el detalle, pero ese libro se hizo famoso porque allí Sandel sostuvo que Rawls defendía una ontología tácita, una ontología individualista. A pesar de que el análisis es agudo y sin duda provechoso en tanto ejercicio crítico, yo tengo mis reservas con su posición. Creo que Sandel no lee del todo bien a Rawls y que eso, como con el resto de llamados “comunitaristas” limita un poco los alcances de su crítica. Sea como fuere, se trata  de un texto muy importante que merece lectura.

Robert George, al menos para mí, no era una figura conocida. Se trata, sin embargo, de uno de los pensadores conservadores más importantes de los EEUU.

La conversación entre estas dos figuras, pues, ya era de suyo sumamente importante. A esto, no obstante, hay que añadirle el tema en cuestión: los límites del libre mercado. Ambos se reunieron a discutir el último libro de Sandel, What Money Can’t Buy: The Moral Limits of Markets. Sus aportes fueron muy interesantes y, a mi juicio, muy balanceados. Aquí va el resumen de este diálogo. En este caso, mi presentación será menos articulada que en los otros casos puesto que se trató de una conversación y no de una conferencia sistemáticamente desarrollada.

El diálogo fue abierto por  George. Uno de sus primeras afirmaciones tuvo como objeto la teoría de la justicia de Rawls. El autor sostuvo que la teoría rawlsiana estaba condenada al fracaso porque esta no incorporaba las historias personales y espirituales de los agentes que deben practicar la justicia. Con esa crítica al individualismo, George abrió sus consideraciones iniciales sobre el libro de Sandel. Sostuvo, contra las críticas de algunos fieros neo-liberales, que Sandel valora profundamente el libre mercado y que lo considera como un bien que ayuda a tener una mejor calidad de vida en la medida en que facilita la producción e intercambio de bienes. Solo el libre mercado permite la movilidad social, sostuvo George citando a Sandel. Digamos que sin libre mercado no tendríamos el sueño emprendedor peruano. Sin embargo, ambos autores coinciden en que el mercado necesita límites pues algunos problemas emergen si estos límites no se establecen, fundamentalmente el problema de injustas inequidades en el fuero civil.

El ejemplo de George fue el del padre de Roosevelt quien pago a un tercero para evitar que su hijo fuera a la guerra. Algo que pasaba también en los tiempos de esclavitud. La crítica consiste en que pagar para evitar responsabilidades civiles constituye un hecho inmoral y la tenencia de dinero no debe ser un factor decisivo en esta materia. En Perú podemos poner miles de ejemplos de esta naturaleza, pero todos centrados en el mismo patrón: la idea de que el poder que proviene del dinero puede liberarnos de responsabilidades con las reglas del pacto social: no hacer colas, no hacer trámites, “arreglar” procesos en el Poder Judicial o en cualquier comisaría.

Pero este es un problema más serio. Pensemos en la idea del mercado de órganos o en el mercado de adopción de niños. De acuerdo a los dos autores, estos representan males morales serios en los que la intervención de los criterios del mercado debería ser inexistente. George, en un acto honesto, planteó también los posibles contrargumentos. La idea de los defensores del mercado en este tipo de contextos es que si se aplican sus reglas se obtiene un considerable abaratamiento de los órganos debido a la relación de oferta y demanda. Lo mismo sucede con la adopción: dada la competencia, se pueden conseguir mejores padres. El problema, sin embargo, radica en que la posesión de bienes económicos puede desbalancear esa figura: los órganos se entregan a quien puede pagar más por ellos; los niños igual.

Lo que es necesario, entonces, es un complejo debate público sobre los bienes morales de una sociedad. Sandel indica incluso que se deben debatir bienes morales y espirituales, sin ese debate público no es posible orientar el destino de la sociedad en relación al tema que estamos discutiendo. De acuerdo a George, John Rawls rehuye este tipo de debate en su teoría de la justicia. Mi impresión es que, en este respecto, George tiene razón. A pesar de que hay buenas razones por las cuales Rawls procede en esos términos, la razón principal radica en su temor de que la sociedad pueda llegar a consensos sobre materias mucho más densas que aquellas que contemplan los principios de la justicia. Sin embargo, ahora que lo pienso un poco mejor mientras que escribo, creo que de alguna forma general, esos principios incorporan lo que plantea George. Es un asunto que habría que meditar más.

Por su parte, Sandel sostuvo que la presente situación del libre mercado requiere un amplio debate sobre la naturaleza del bien. Las últimas tres décadas, de acuerdo a su diagnóstico, han sido las del triunfalismo del mercado: se aceptó de un modo u otro que ese era el camino para conseguir el bien. Sandel sostiene que debemos debatir esta idea puesto que hay un hecho duro e indubitable: si bien el mercado ha sacado a mucha gente de la pobreza, no ha solucionado ese problema. Lo que ha pasado es que se ha incrementado la inequidad. Para Sandel, la solución consiste en reincorporar el razonamiento moral en el libre mercado.

El mercado pretende ser una suerte de modo neutral e inerte de alcanzar los bienes pues, en principio, este no cambia la naturaleza del bien que persigue, solo provee el camino más neutro para obtenerlo. Si bien esto es correcto en el caso de bienes materiales, digamos comprar un par de zapatillas o una bolsa de azúcar; el problema surge cuando el mercado empieza a gobernar bienes inmateriales tales como la salud. Un ejemplo usado por Sandel fue el del gobierno de Dallas, el mismo que decidió dar incentivos económicos a los niños para fomentar la lectura: alcanzado un número determinado de páginas, el gobierno pagaba una cantidad de dinero al niño. La pregunta que se hace Sandel es, más allá de la efectividad o inefectividad de la medida, ¿se está cumpliendo con el objetivo de lo que la lectura significa? ¿Qué pasa si el dinero deja de obtenerse? En este caso, mantiene el autor, lo que sucede es que el mercado transforma el bien y, sostiene él, lo deforma. Las leyes del mercado, pues, no son neutrales siempre. La lectura pierde su esencia, deja de ser un acto libre que engrandece la humanidad. La lectura se envilece producto de la mediación económica. Lo que se requiere, entonces, es debatir los mismísimos fines de la vida. Sin ese debate, se pierde el sentido de las cosas.

Lo que Sandel propone es que debemos limitar los alcances del mercado. Cuestiones como la benevolencia, la solidaridad, la virtud cívica, entre muchas otras, no deben ser nunca incorporadas en las leyes del mercado. El mercado debilita el carácter extraordinario de la virtud cívica al volverla una mera mercancía. Para ambos autores debemos preservar las virtudes cívicas de esta nociva invasión. Cuando el mercado prima, las virtudes cívicas se empequeñecen y se trasladan a la esfera privada: uno solo obra el bien de modo desinteresado cuando ayuda a los amigos o a la familia. Reducir los alcances del mercado, de acuerdo a ambos autores, supone un esfuerzo por reestablecer el rol de las virtudes cívicas.

Preguntas

Hubo varias preguntas interesantes, pero la que me parece más relevante tuvo que ver con cómo lograr que todo esto se realice en el contexto de sociedades compuestas por millones de personas. La respuesta de George fue interesante, aunque no carente de flancos débiles. Según el autor, lo que corresponde es que este tipo de debates públicos sean liderados por el Presidente de la nación. La única manera de lograr que estas cuestiones tengan verdadero peso de debates públicos es si la Casa Blanca (o su equivalente) lleva la pauta de la discusión. Solo así toda la atención estará puesta en el debate. El problema, sin embargo, es que los políticos tienen siempre sus propios intereses y no es fácil poner en sus agendas lo que, a juicio de Sandel y George, es un debate moral imprescindible.

Evaluación crítica

Esta vez no siento que deba añadir demasiado. Pienso que ambos autores mantienen una posición sólida e interesante sobre el tema del libre mercado. Mantengo, sí, la actitud sospechosa de quien cree que este tipo de debates difícilmente pueden lograr consensos significativos en sociedades enormes, más aún si estas son lideradas por políticos mediocres o particularmente malintencionados. Es un tema, sin embargo, que merece más reflexión. El gran problema de las críticas a argumentos liberales como los de Raws ha sido siempre una, a saber, la de cómo actualizar esas críticas en un proyecto socio-político viable y coherente. Ese es el tema que toca pensar con urgencia.

*Imagen de Sandel tomada de http://ichef.bbci.co.uk/images/ic/944×531/p00t90dr.jpg

*Imagen de George tomada de http://www.faithinpubliclife.org/wp-content/uploads/2012/03/robert-george.jpg