Y se hundió. Allí, entre las personas más importantes de su vida, cayó en las sombras. De nada servían ya las manos tendidas. Llegaban frías al corazón. No admitía más abrazos. Las palabras hacía tiempo que habían muerto. Ninguna tenía sentido ahora. Un buen día iba caminando y, simplemente, se derrumbó. Rompió a llorar, hasta que olvidó por qué había empezado.