Micromachismos, estereotipos... La cuestión es no avanzar.

Por Conmdemamá @CONMDEMAMI

El viernes a mediodía paré en la gasolinera de mi pueblo y tuve que hacer un poco de cola para pagar. Las dos personas que iban por delante de mí eran hombres, el primero, de Europa del Este, por su marcado acento al hablar, rondaría los cuarenta y tantos; el segundo, un chico más joven que yo, tendría menos de treinta.
El dependiente, hombre también, que estaría en sus cincuenta y pocos, atendió muy amablemente a los dos anteriores, pero con una amabilidad normal, de dependiente a cliente y punto. Sin piropos, ni comentarios graciosos para provocar su interés o su risa.
Cuando me tocó turno el dependiente esbozó una enooorme sonrisa en su cara y soltó un extra alegre "¡Hola guapa!". En un nanosegundo pasó por mi cabeza la necesidad de ser borde, pero en aquel momento venía con la cabeza algo desordenada y el alma un poco tocada, así que no tuve ganas.
"¿Hola guapa?" ¿Por qué? ¿Y por qué a los dos de delante no? ¿Porque yo soy mujer? ¿Porque debo aceptar un piropo o tiene que gustarme? ¿Porque llevaba un vestido que me favorece o simplemente porque era un vestido? ¿Porque entré con gafas de sol y pelo suelto y eso me hacía parecer enigmática? Esto último es de risa, pero es que la situación en sí, si llego a soltarle la bordería correspondiente, también lo habría sido.
La verdad, me cansa el tema. Me cansa que se dé por supuesto que las mujeres nos vestimos para gustar. ERROR. Yo me visto para gustarme a mí, ¡qué narices! O para ir cómoda. Punto pelota. Y, hasta donde yo sé, las mujeres que me rodean se visten para ellas, no para el mundo.
Sí, me gustan los vestidos cortos que enseñan mis piernas, bueno y los largos, y las faldas, y las bermudas, y los vaqueros, pintarme los morros, ponerme máscara de pestañas para destacar el verde de mis ojos, me gusta llevar el pelo suelto, y recogido, me gustan los tacones porque mi metro sesenta se me queda algo justo para mirar el mundo desde donde yo quiero, pero también me gustan las chanclas, las bailarinas e ir descalza... Me gusta verme bien, a mí, por mí. Me gusto con maquillaje y sin él, dependiendo del día y del momento, pero nunca jamás de la persona que tengo delante. Porque no me visto ni me arreglo para el mundo con el que me puedo tropezar. Me visto para mí. Valgo lo suficiente como para no depender del gusto, la mirada, la aprobación, el deseo o la opinión de ningún hombre.
El "hola guapa" amable del señor de la gasolinera junto con su par de comentarios entre graciosos y aduladores me resultaron del todo innecesarios. Patéticos. Demasiado evidentes. Cansinos. Si el hombre lo hizo por venderme la oferta de chicles, o para recordarme que si llevo la tarjeta me sale más barato, consiguió justo lo contrario. Soy mujer, no imbécil. Entiendo el mercado de la oferta y la demanda igual, o mejor, que un hombre. No me hacen falta piropos para comprar, ni para tener un buen día. A no ser que ésa sea la política de ventas con todo individuo que se precie. Porque, básicamente, en mi caso, lo que vas a conseguir con todo ese despliegue de medios es lo contrario.
En serio, es pesado que el mundo avance y sigamos quedándonos atrás en aspectos tan básicos como la consideración de la mujer como persona y punto. El mundo avanza y cada vez se hipersexualiza más la imagen de las niñas pequeñas. Se les maquilla para la publicidad, se les obliga a ensayar poses que vistas en una mujer adulta resultarían sexuales, sensuales y provocadoras. Seguimos tragándonos publicidad altamente contaminante y viendo normales determinados mensajes que dan verdadero asco.
Las mujeres también tenemos deseo sexual, y no por ello nos ponemos en evidencia a cada momento que tenemos oportunidad bramando al tío o tía (según gustos) que pasa por delante nuestro cualquier barbaridad que deja poco a la imaginación. O desnudando de manera integral al de en frente con la mirada, de pies a cabeza y parando en el culo, el pecho o el paquete. Igual es que no nos hace falta ser tan básicas. Y sí, os juro que, aunque no soltemos ciertas lindezas, de verdad que sentimos el deseo tanto o más que los hombres.
Hartazgo máximo ante tanto micromachismo, tanto comportamiento estereotipado que se normaliza y se vive como natural y tanta hipocresía moderna de "igualdad", total para seguir comportándonos como nuestros antepasados de hace siglos, seamos de izquierdas o de derechas. Este tema no va de ideologías políticas. Por suerte o por desgracia va de alguna tara del ser humano intrínseca a nuestra condición de seres racionales.
Increíble pero cierto (y triste).