En decúbito supino lo encontraron inerte. La cara desencajada, los ojos desorbitados, el cuello hipertenso, los dedos sangrantes con las uñas rotas. Un desagradable olor gástrico y fecal inundaba el ambiente. Al abrir la puerta un gato negro abandonó sigilosamente la estancia. En el suelo, sobre la alfombra, su última lectura: "El Exorcista", de William Peter Blatty.
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