Ruíz Leser tenía fama de sabueso lector. Era un pitbul de los textos que caían en sus manos. Un obsesivo compulsivo que siempre terminaba el texto que comenzaba. Cultísimo como era, le interesaban todos los tema y se vanagloriaba de acabar siempre cualquier lectura que se proponía. Con escrupuloso cuidado leía musitando para sí y aplicaba las reglas de puntuación con rigor enfermizo.
Sus conocidos, acostumbrados a su extraña rareza, veían en él un excéntrico inofensivo, acaso un punto engreído, pero le dejaban hacer... En cambio su mujer, decepcionada y relegada a vivir en las afueras de su torre de marfil, acumuló con los años un profunsdo resentimiento. Uno de aquellos días grises en que su marido le ponía los cuernos con aquella odiada biblioteca decidió acabar con la humillante situación. Tenía una idea precisa de lo que intentaba hacer. Se conectó a internet y abrió el buscador. Tecleó su petición con una breve frase. La pantalla le entregó rápidamente los resultados solicitados y, tras explorarlos un rato, sonrió.
Cuando su marido llegó a casa, ella le recibió con una sonrisa: -"Cariño, me estoy apasionando por la bioquímica y tengo curiosidad por el nombre científico de una proteína especial: la titina; la de mayor peso y complejidad de nuestro organismo: ¿Me la podrían leer con esa entonación tuya tan precisa y ortodoxa? No hay nadie como tú para leer correctamente una palabra, ¿Me la lees, cariño?
Ruíz Lesser, halagado, se dispuso delante del ordenador y comenzó a leer ininterrumpidamente el nombre químico de la preciosa sustancia: - "Acetylseryltyrosylserylisoleucylthreonylserylprolylserylglutamin..." Dos minutos después, continuaba con un hilo de voz "...hionylhistidylisoleucylserylserylglutaeonylaspartylleucylthreonylthreonylglulaspartyllysylarginylprolylarginylthre..."
Con el rostro amoratado y el pecho contraído se afanaba en completar el reto que él mismo había aceptado... Mientras movía la boca ya sin un soplo de aire en su aparto fonador, miró de reojo la interminable lista de caracteres que se sucedían al bajar el scroll lateral: 189.819 letras, más que todo el Nuevo Testamento junto, se apilaban sin un hueco ante sí... Con la boca abierta y el pecho hundido, murió sin expirar. Ni un pequeño soplo de aire salió de sus pulmones. Sólo sus unos ojos, grandes como platos, mostraron un incrédulo espanto cuando miraban aquellos millares de líneas colmadas de letras apretadas alzándose desde la base de la pantalla...