Esta foto de Corralejo es cortesía de TripAdvisor
Desde muy pequeño, Cesar aprendió que las cosas que brillan son difíciles de alcanzar.
Como aquellas noches en las que su hermano miraba el cielo oscuro, y podía pasar incluso minutos pegando su mirada al cielo que competía en oscuridad con sus ojos. Y si Cesar se acercaba, Andrés solo murmuraba un sutil: —Son hermosas, ¿verdad?
Cesar se perdía, levantaba la mirada y solo se encontraba con el pendiente cielo.—¿El qué?—Las estrellas. Son hermosas.Entonces, si Andrés lo mencionaba, Cesar se percataba. Lo hermosas que eran, lo bien que adornaban la oscuridad de esa noche. –Tienes razón, lo son.Recuerdos, que permanecían y se establecían, haciéndolo mirar de soslayo a David cada que reía, que hablaba, que intentaba llamar la atención de Vivian. David brillaba y estaba tan lejos, como las estrellas, de saber lo mucho que lo podía admirar.En ocasiones, Cesar sentía la mirada de Vivian sobre él, volviendo esa amistad ya a los veinte años algo inestable. Un triangulo peligroso de amor y amistad. Ya no eran pequeños, no eran unos niños y David pugnaba por Vivian. Vivian por él. Y él… Bueno, Cesar siempre había preferido mirar las estrellas.