Microsociología de la vida cotidiana en Ciutat Vella

Por Mfb67

Sabes, me dijo, me he quedado pensando en lo que decías el otro día… Cuando vengo pronto para abrir el colmado, me cruzo con los clientes que llevan a sus niños a la escuela, y eso me gusta,  porque nos reconocemos y nos saludamos y nos sonreímos…. A medida que avanza el día, el paisaje humano cambia. Ya no reconozco nada, ni las caras, ni los idiomas, nada. Y me di cuenta que tienes razón, es importante reconocerse…

Esta es la pequeña charla a la vez que enorme regalo de esta mañana en el colmado de mi barrio, en el que compro habitualmente el jamón dulce, el queso havarti y el dulce de leche. Conozco al encargado con quien tenía esta conversa y a la señora de la caja. A la chica que corta el jamón y al hombre que me explica qué es el embutido cular. Y reconozco perfectamente la cara de cada uno de los chicos que trabajan a buen ritmo en un negocio que no para de atender guiris y por tanto de llevar, traer y ordenar mercadería de manera constante.

Conozco a la chica del estanco. Sé que vive en Barceloneta, tiene un gato que va para mayor y es huérfana de madre desde hace poco más de un año. Está “resentida” con el guiri que no “habla español” y le señala paquetes de cigarillos. “Les cigarilios…” que cantaba Gainsabourg…
A Jordi le hemos comprado las flores de casa siempre y le trajimos una camiseta de La Martina que es lo que quería de La Argentina. Y hemos aprendido de botánica un montón. Liliums, amarilis, ramas de eucaliptus, nardos, tulipanes. Y esa flor pequeñita, de junco y tres pimpolllos, de cuyo nombre no me acuerdo ahora. Jordi es uno de los mejores floristas de Las Ramblas que hoy factura 4 veces más vendiendo baratijas caseras que flores. Está casado con una mujer pequeña de cuerpo pero enorme de energía. Y tienen dos hijos a los que adoran y a los que hacen todo lo posible por tener contentos. Me encanta y flipo cuando llegan las fiestas. Con ellos he confirmado los titulares de los últimos años de navidades.
Cuánto se van a gastar los padres en los regalos de los hijos. Yo lo comentaba alucinada y ellos confirmaban que era así. Y fue entonces que fueron pasando de los casi 400€ por hijo hasta los menos de 50€ de este año. Pero los chicos quedan siempre contentos.

Sussy es mi esteticién. Nos conocemos profundamente desde hace 12 años. Me mima, sabe lo que me gusta, ha recorrido mi periplo en Barcelona, amores, desamores, sabe de mi vida, nos tenemos un enorme aprecio. Adora a los uruguayos. Nos considera gente solidaria y con una sonrisa permanente. Y aunque no toma mate, lo tiene muy incorporado. Sabe hacer una “asadito” y tiene muchas ganas de pasarse un verano en mi tierra. Lleva un negocio familiar. Madre y dos hermanas. Son un equipazo. Se coordinan para todo y no parece haber conflicto. Hasta creo que las hermanas se han complotado para tener los hijos en el momento adecuado para el “equipo”. ¿Cuánto os creéis que les gasto? Nada de eso, ni la mitad! Pero cada vez que voy me siento riquísima, mimada, agasajada, como si yo solita les mantuviera el negocio.

Es a través de estas personas que voy sabiendo de una manera íntima, casi imperceptible, de los cambios del barrio. De la microsociología del barrio. Ellos son para mi el mejor periódico, ellos me dan los mejores titulares. Ellos todos sumados me ayudan a componer esta “cartografía” social y sociológica de uno de los puntos neurálgicos de una de las ciudades más deseadas del mundo, Barcelona.
Esta red del pequeño comercio por oposición a las grandes superficies y monopolios disfrazados de colmado, se ha ido malvendiendo y rompiendo, se está destrozando imparablemente. Una red que aseguraba un tejido social que fue cayendo progresivamente en la precariedad y el abandono.

El pequeño comercio era un lugar social, de transmisión de cultura también, donde se aseguraba la trazabilidad de los productos y la relación entre los vecinos. Y en ese proceso de una cierta intimidad, se desarrollaba la relación personal con el cliente. Con los viudos, los sin hijos, los solos pero también con la gente como tu y yo. Ese negocio tenía tiempo para conversar. Para regalar una mirada, un gesto que te alegrara el día. Esta red que aseguraba los unos con los otros, que vigilaba en cierto modo que ningún viejo muriera sólo hasta que cantara su olor, esta red ha sido destruida no sólo por lo inevitable y hasta deseable de los cambios. Ha sido destruida con deliberación y alevosía por ciudadanos venidos a servidores públicos corruptos.

Pero yo, salgo a la calle cada día, desde hace 12 años, luchando contra viento y marea por ganarme una sonrisa y la pregunta de ¿cómo va todo? ¿qué tal los vinos? ¿cómo han pasado la fiestas? O simplemente hablar del tiempo.
Así que mi consigna es, sal a la calle y dale un abrazo a tu panadera y a tu charcutero y a tu florista y no los abandones porque te vendan algo 0,20 céntimos más caro.

Van un beso y un abrazo y que tengan todos el mejor día.

Salut!

Fuente: Observatorio de vino
Microsociología de la vida cotidiana en Ciutat Vella