Llevaba dos meses sin ir al cine. Así que, aprovechando que Madrid está a medio gas durante el periodo estival, nos fuimos a Martín de los Heros, donde “Midnight in Paris” seguía en cartelera. ¿La película? Me encantó. Ahora explicaré el porqué.
Vuelve el mejor Woody Allen, el de los experimentos narrativos y los diálogos existenciales, el de las crisis de pareja y los debates políticos, el humorista fino y sarcástico, el que chispea gotas de genialidad.
Una pareja de pijos americanos a punto de casarse pasa una temporada en París con los padres de ella, un matrimonio ultraconservador. Él, Gil (Owen Wilson), es un joven escritor, ella (Rachel McAdams) una pija. Un encuentro fortuito con otra pareja de amigos desatará el conflicto, puesto que su prometida se dejará querer por su pedante amigo, un repúgnate ilustrado que sabe de todo y gusta de contradecir a las guías. Gil, cansado de tanta estupidez, decide pasear solo por las inspiradoras calles de París. Tan inspiradoras que le transportarán a su época favorita: los años veinte, en una especie de viaje en el tiempo que no es otra cosa que la propia ficción de la historia que está escribiendo, en la que no solo se borran las fronteras entre el autor y su obra (la obra es el mundo mágico del autor), sino que también servirá para que el personaje pueda alejarse del realismo que le obligan a vivir su novia, el pedante del amigo de su novia, los padres de ella y, en general, todo lo que hay de objetivo en su mundo.
“Midnight in Paris” es un canto a la fantasía, a la fabulación, a la imaginación que nos hace libres y nos transporta en el tiempo cuando pretendemos, a través de la creación, vivir en una realidad paralela que nos satisfaga. La originalidad reside en los saltos temporales que se dan sin necesidad de cortar la secuencia. Es decir, Gil espera que toquen las campanas de media noche, desde la realidad objetiva del tiempo presente, y siempre, en ese instante, aparece un coche antiguo que le recoge y le lleva por el París de los años veinte, donde se encuentra con Hemingway, Picasso, Gertrude Stein, Scott Fitzgerald, T.S Eliot, Juan Belmonte, Dalí, Buñuel (él mismo Gil, en una paradoja temporal propia de “Regreso al futuro” le da la idea de “El ángel exterminador”) y un largo etcétera de artistas de la Bohème, que completa una preciosa francesita llamada Adriana (Marion Cotillard): una amante y modelo de Picasso de la que Gil se enamorará.
Allen construye con maestría y sin pretensiones un cuadro de realismo mágico en el que, con total naturalidad, algunos influyentes personajes históricos toman vida en la imaginación de Gil, pero que también el autor extrapola a toda la realidad, puesto que uno de los detectives que su futuro suegro contrata, desaparece también en esa realidad paralela, dando a entender que esos mundos, desde el momento que los pensamos, los concebimos.
En resumen, “Midnight in Paris” es una nueva jugada de tahúr del viejo Woody.