¿Qué feo es el miedo no?
Tan oscuro y siniestro, tan como en tu sombra todo el día persiguiéndote hasta en tus mejores momentos… y en tus peores lo tienes cara a cara. Es un veneno que mancha todo lo bueno que puede llegarte a pasar nunca, y en esos días en los que lo tienes tan cerca, se convierte en un pozo que tira de ti hacia abajo. Ordena a la tierra que te trague haciendo de tu momento una agonía plena e irrevocable.
No se merece el menor de los respetos esa droga recursiva en la que se refugia tanta gente. Tú y yo hemos acudido a ella alguna vez, para qué engañarnos. Nos alimenta, engaña a nuestro estómago sentimental llenándolo de falsa y negra satisfacción, nublando cualquier resquicio de posible felicidad o camino hacia la luz.
Muchas veces aunque la veamos renegamos de ella, porque en ese pozo se está a gusto, ¿verdad?
PUES ES TODO UNA FARSA. Te lo digo yo ya.
El miedo es ese fantasma que nunca existió, es una máscara que esconde nuestra felicidad, aquella alcanzable en muchísimos momentos y diferentes facetas de nuestra vida; aquel que te pone al zancadilla cuando crees haber cogido carrerilla.
Y existe remedio para que desaparezca, ¿eh? Existe.
Existen los ojos cerrados, el sentir el viento de la confianza, el viento de la satisfacción de querer a ciegas, el olor al mar que te arrasa y te traspasa cuando has estado con alguien y te lo has pasado tan bien, que ese fantasma ha quedado encerrado en su propio pozo, ahogado por tu luz y tu felicidad; existe también el volar por encima del cielo, cuando has llegado a la meta de esa carrera de fondo tan tediosa y agotadora, la satisfacción del sacrificio… porque el miedo es vago, tímido y desconfiado. El miedo está en ti, nace en ti y muere en ti. Tú eres dueño de tu propio miedo, es tu marioneta, y tú mismo eres el único que puede manejarla a tu propio antojo para que haga lo que a ti te de la real gana.
Tú eres el único que puede elegir ser feliz y finalmente serlo.