Pero este avance no se detiene y continúa dando pasos gigantescos en la sorprendente perfección de las máquinas. Ya no son automatismos ni programas o algoritmos informáticos más o menos sofisticados que permiten a las máquinas cumplir con su función de manera rápida, eficaz e, incluso, autónoma. Sino que algunas de ellas vienen dotadas con una incipiente inteligencia artificial (IA) que les posibilita, sin intervención humana, aprender continuamente. Es decir, máquinas capaces de aprender por sí mismas para, en un futuro no muy lejano, resolver todo tipo de problemas a los que puedan enfrentarse en el mundo real. Ello no es más que el resultado de la investigación en este campo concreto de la ciencia, en el que tan avanzada se halla la investigación en inteligencia artificial que, con lo logrado en máquinas inteligentes para jugar al ajedrez, ha quedado ya claro que el conocimiento humano puede ser incluso un lastre para su efectividad. Y es que se ha conseguido construir máquinas capaces de aprender, por si mismas, jugadas nuevas y estrategias más innovadoras y eficientes que las que el talento humano haya alcanzado en su historia, que hacen prescindible nuestros conocimientos, inteligencia y experiencia para enseñarlas o programarlas. Máquinas que aprenden a jugar desde cero, a partir sólo de las reglas del juego, basándose en el aprendizaje por refuerzo y practicando consigo mismas hasta alcanzar una destreza infinitamente mayor que la adquirida por cualquier ser humano. Entrenan a nivel sobrehumano y a una velocidad impresionante, sin ejemplos ni orientación previos, hasta que se vuelven invencibles y capaces de tomar decisiones, de momento sólo para jugar al ajedrez y después sobre lo que sea, sin que tales decisiones vengan contenidas ni previstas en su programación. Y tal posibilidad, sinceramente, me aterra.
Confieso que me desasosiega ese futuro robótico, ya que la facultad de pensar la creía exclusiva del ser humano, gracias a la cual, no sólo puede superar sus limitaciones físicas y los condicionantes del entorno natural, sino escapar del determinismo animal. Que esa herramienta la dispongan también las máquinas me espanta, puesto que, como se interroga Penrose en su obra, si éstas pueden llegar a superarnos algún día en esa cualidad en la que nos creíamos superiores, ¿no tendríamos entonces que ceder esa superioridad a las máquinas? Se me hace imposible imaginar un futuro en que la cumbre de la racionalidad lo ocupen las máquinas. De ahí el miedo que me ha producido tener conocimiento de la existencia de esa computadora con inteligencia artificial que aprende por sí sola a ser invencible..., de momento, jugando al ajedrez. Me da pánico.
___________________Nota:
1: Roger Penrose, La nueva mente del emperador, Mondadori España, S.A., Madrid, 1991.