Miedo. Otra vez el maldito miedo. El virus que todos pensábamos que era cosa de un lugar muy lejano: China, ya está campando a sus anchas en España. En Madrid. Y en el resto del mundo.
A cada segundo la información se va actualizando: ya hay más de x casos en tal ciudad, más de x fallecidos, se están tomando estas medidas, las otras. Colegios cerrados. Universidades cerradas. Bibliotecas cerradas. Gimnasios cerrados.
Hace un tiempo maravilloso: más de 25 grados a las 6 de la tarde. La primavera está aquí...
Pero el ánimo no acompaña. Nos sentimos raros, perdidos. Hay mucha incertidumbre, mucha inseguridad, muchas preguntas y respuestas contradictorias.
¿El coronavirus es tan letal como lo pintan? ¿O al contrario, es un virus normal o incluso más leve que la gripe de todos los años?
¿Debemos recluirnos en casas, llenar las despensas y esperar a que todo pase? ¿O podemos salir a la calle con tranquilidad, como si nada estuviera pasando, siempre con precauciones por supuesto?
Algunos lo tienen claro: me quedo en casa y por si acaso no me muevo. Otros también: seguiré haciendo vida normal, si no he muerto de todas las alertas sanitarias de los últimos años, ¿por qué iba a pasarme ahora?
Y luego estamos los indecisos, como yo. Los que escuchamos todo tipo de informaciones y al final no tenemos tan claro a quién creer o qué parte de verdad hay en todo esto.
¿Una nueva manipulación mediática, política, económica con intereses ocultos? ¿Estados Unidos preparando la guerra contra China (y Rusia al mismo tiempo?)? ¿Desvío de atención? ¿Preparación de nuevas vacunas sintéticas que alteren el ADN humano para controlarnos aún más? La conspiranoia está servida.
Yo, como la mayoría de todos nosotros, tampoco tengo respuestas al tema del coronavirus. Pero tengo claro que no quiero sucumbir al miedo, al pánico. Básicamente porque no sirve para nada.
El miedo y los supermercados arrasados en la Comunidad de Madrid
Sí, el miedo es una emoción necesaria, sirve para protegernos, para ponernos en alerta. Hace un par de días hice "acopio" de alimentos para una semana (normalmente vivo con la despensa medio vacía, pues no me gusta acumular ni tirar comida, con lo que suelo comprar cada 2-3 días en pequeñas cantidades). Lo hice por si acaso y también porque tengo dos bebés en casa. Seguramente si no fuera por esta situación, estaría bastante más relajada con el tema. Ya lo sabéis, cuando tenemos hijos, su seguridad y supervivencia se convierte en nuestra prioridad número uno.
También haré caso de no reunirme con demasiadas personas, de lavarme las manos con frecuencia, de toser usando mi manga del jersey.
Miraré las noticias de vez en cuando, pero no me creeré todo lo que lea. Si lo hiciera, seguramente entraría en modo pánico y me costaría dormir.
Mi objetivo es mantener la calma. Si la información que me llega es cierta y la cosa pinta tan mal como parece, simplemente siguiendo las indicaciones, tal como estoy haciendo, habré cumplido mi parte.
Preocuparme, darle vueltas a la cabeza, no mejorará las cosas, sino todo lo contrario.
Por otro lado, si las informaciones son exageradas y la cosa no es para tanto, pues con más razón no tiene sentido preocuparme, ¿cierto?
Al final, todo en la vida es cuestión de actitud y de cómo interpretamos los hechos. De momento, hay mucha incertidumbre y mucha información negativa.
Acaban de declarar la situación como pandemia. La palabra "pandemia" asusta y nos lleva a imaginarnos todo tipo de situaciones límites similares a películas apocalípticas.
Pero la mente es nuestra. Nosotros decidimos si darle rienda suelta a nuestra imaginación y ponernos en lo peor. Y sobre todo preguntarnos: ¿de qué me sirve dejarme llevar por el pánico?
O decidimos que, aunque la situación tenga pinta de ser muy grave, al no poder influir yo en cambiar esta situación, voy a tomarme las cosas con calma y no dejarme contagiar por estas informaciones. De hecho, el cómo estoy llevando la situación es lo único en lo que sí puedo influir.
Las emociones también influyen en nuestra salud
Y sobre todo, creo que es importante puntualizar algo: el cómo me siento por dentro, cuáles son mis emociones predominantes, influye directamente en mi salud, en mi sistema inmunológico.
Aunque solo sea por esto, me conviene mantenerme optimista en una situación grave. Obviamente si tengo familiares en el hospital con el coronavirus, me será muy difícil mantenerme optimista, pero la mayoría aún no estamos en esa situación.
Claves para no sucumbir al miedo por el coronavirus
¿Y cómo logro tener mayor optimismo en estos momentos?
1# Eligiendo qué información quiero recibir. Dejando de ver tantas noticias, de estar en modo alerta constantemente. Hace no mucho le pedí a varias personas que dejaran de enviarme Whatsapps con informaciones sobre el coronavirus. Con que entre 2-3 veces al día en un portal de noticias, ya sé todo lo que necesito saber. Pero no me interesa estar expuesta a la información de manera continuada.
2# Enfocarme en mi cuidado más que nunca. Alimentación, ejercicio, hábitos y rutinas positivas. Si estoy mejor a nivel emocional y físico, es más probable que mis defensas funcionen mejor si el coronavirus me afecta.
3# Pensamientos positivos y cuidar mi lenguaje. Cuando me presenten una información sobre el desastre, puedo decir: "qué horror, vamos a morir!" o puedo decir "bueno, habrá que ver si es cierta esta información" o "bien, es momento de centrarnos en cuidarnos". Puedo pensar "seguro que yo también enfermo" o al contrario puedo decirme "seguro que no me contagio, haré lo posible para que no ocurra". Además cuanto más me repita frases terribles o positivas, más las afianzo, más me las creo.
4# Enfocarme en cosas que sí dependen de mí y que puedo cambiar aquí y ahora o a medio plazo en mi vida. Quizás ahora no pueda ir fácilmente al cine o a un restaurante, pero puedo por fin retomar esta formación online en la que llevo tiempo apuntado. Quizás es momento de pensar en reinventarme y hacer un estudio de mercado en Internet. Afortunadamente la tecnología me ayuda en casos como este.
5# No ser muy dura prejuzgando a los demás. En estos momentos escuchamos a no pocas personas criticar a los que arrasan los supermercados. Confieso que mi primera reacción fue esa: ¿pero qué hace esta señora llevándose 4 paquetes de rollos de papel higiénico? Pero la realidad es que hay miedo, el miedo atávico y primitivo de no sobrevivir, por lo que nuestro cerebro reptiliano nos hace reaccionar de manera muy egoísta olvidándonos de los demás.
6# La próxima vez que sienta miedo, puedo hacer un ejercicio de visualización donde me recargo de energía de amor que me envuelve. Puedo imaginar cómo envío energía amorosa a personas que están mal. Puedo meditar deseándoles salud y bienestar. En este artículo reciente cuento cómo puedes actuar cuando sientes mucho miedo.
7# Por último, aunque esto quizás no guste oírlo ahora, estoy segura de que esta gran crisis que estamos atravesando a nivel mundial, es una gran oportunidad para volvernos mejores personas. Para entender a los refugiados, por ejemplo, o a personas que viven en la mayor escasez como en Venezuela, que hace años que no tienen papel higiénico en las tiendas y viven con supermercados vacíos o con precios desorbitados que no pueden pagar. Las dificultades más grandes al final unen a las personas, las hacen más humanas, más solidarias. Y si queremos enfocarnos en ello, también podremos crecer.
Ser optimista no significa que no te estés tomando en serio la situación
Por último, sé que muchos puedan pensar: pero la cosa está muy grave, María. Si no nos lo tomamos en serio, el contagio se expande. Y por eso quiero puntualizar que no considero que la cosa no sea grave, claro que lo es. Hay que extremar precauciones, estoy totalmente de acuerdo. Hay que ser compasivos y comprensivos.
Es muy duro oír cómo en Madrid hay gente sin apenas ser atendida en hospitales porque los enfermeros no tienen suficiente protección, pensar que habrá muchos más casos en los próximos días y los hospitales están colapsados. La situación es grave, esta es la verdad, no podemos negarlo.
Y la clave de todo es que el grave peligro no es ya sólo el coronavirus, sino la falta de sensatez humana. Ya que los líderes políticos no han actuado en su momento como debían haberlo hecho, ahora es el momento de actuar nosotros, los ciudadanos normales, a ser cautos, a ser cívicos y respetuosos con los demás, para no seguir propagando el virus.
Eso sí, el hecho de que yo sea optimista no empeora la situación, al contrario: la mejora para mí a nivel personal y familiar. Seguiré siendo cauta pero optimista. Simplemente porque quiero dormir mejor, quiero estar mejor de salud y dar el mejor ejemplo a mis hijas. ¿Y tú, eres optimista o has sucumbido a miedo? ¿Cómo te estás tomando esta situación?
Reflexión sobre el coronavirus llena de verdad y esperanza
Y para cerrar el artículo te dejo esta bellísima reflexión del psicólogo F. Morelli que circula entre nuestros queridos vecinos italianos:
"Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibrio a las cosas según sus propias leyes cuando estas se ven alteradas. Los tiempos que estamos viviendo, llenos de paradojas, dan qué pensar...
En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar y a otros países a continuación, se les obliga el bloqueo. La economía se colapsa, pero la contaminación baja de manera considerable. La calidad del aire que respiramos mejora, usamos mascarillas, pero no obstante seguimos respirando...
En un momento histórico en el que ciertas políticas e ideologías discriminatorias con fuertes reclamos a un pasado vergonzoso están resurgiendo en todo el mundo, aparece un virus que nos hace experimentar que, en un cerrar de ojos, podemos convertirnos en los discriminados. Aquellos a los que no se les permite cruzar la frontera. Aquellos que transmiten enfermedades. Aún no teniendo culpa, aún siendo de raza blanca, occidentales y con todo tipo de lujos económicos a nuestro alcance.
En una sociedad que se basa en la productividad y en el consumo, en la que todos corremos 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué. Sin descanso, sin pausa. De repente, se nos impone un parón forzado. Quitecitos, en casa, día tras día. A contar las horas de un tiempo al que le hemos perdido el valor si acaso este no se mide en retribución de algún tipo o en dinero. ¿Acaso sabemos todavía cómo usar nuestro tiempo sin un fin específico?
En una época en la que la crianza de los hijos, por razones mayores, se delega a menudo a otras figuras e instituciones, el coronavirus obliga a cerrar escuelas y nos fuerza a buscar soluciones alternativas. A volver a poner a papá y a mamá junto a los propios hijos. Nos obliga a volver a ser familia.
En una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la comunicación, la socialización, se realiza en el (no) espacio virtual de las redes sociales dándonos la falsa ilusión de cercanía. Este virus nos quita la verdadera cercanía, la real: que nadie se toque, se bese, se abrace. Todo se debe hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuánto hemos dado por descontado estos gestos y su significado?
En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma, este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es hacer piña. Hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que ello a su vez se responsabilice para con nosotros. La corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean y que tú dependes de ellos.
Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos por qué ha pasado esto y empecemos a pensar en qué podemos aprender de todo ello. Todos tenemos mucho sobre lo que reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus leyes parece que la humanidad ya esté bastante en deuda y que nos lo esté viniendo a explicar esta epidemia a caro precio". (Cita de F. Morelli traducida al español).