Miedo al teléfono -relatos cortos-

Por Orlando Tunnermann

Sufre arritmias y taquicardias cada vez que el teléfono del salón emite su estridente sonido apremiante e iterativo. Es un modelo vetusto, una pieza de museo, un trofeo para coleccionistas amarrados a las telarañas de la nostalgia. El viejo aparato de color negro perteneció a su abuelo Leoncio. Desde entonces, el maldito cacharro fue rebotando en bucles temporales hasta la casa junto a la playa que acababa de comprar Maximiliano con el dinero que había obtenido por la venta del piso en la calle de Ribera de Curtidores en Madrid. Lo observo disgustado, transido de aborrecimiento. Subió el volumen del televisor, como si así pudiera evitar que los recuerdos siguiesen tejiendo pesadillas en sus sueños turbados. No funcionaba. Casilda ya no estaba. Una banda de facinerosos mexicanos la había asesinado con despiadada frialdad, pese a sus ruegos y demandas de indulgencia, pese al pago millonario exigido por la nefaria caterva de criminales. El teléfono negro quehabía pertenecido a sus antepasados sonó aquella tarde de un 16 de Agosto de 2009 con un lamento funesto que anunciaba una tragedia anunciada. Una voz metálica y neutral le anunciaba que Casilda había aparecido esposada de pies y manos en el interior de un pozo en desuso de una cabaña abandonada, a pocos kilómetros de un villorrio mexicano de nombre Bernal.
Una fuerza invisible e incomprensible amordazaba su voluntad cada vez que un arrebato brutal tomaba el control de sus emociones y quería destruirlo, quemarlo en una pira funeraria, arrojarlo al mar, enterrarlo en la playa como si fuera el cadáver corrupto de su peor enemigo. Tal vez todo hubiera sido un mal sueño. Tal vez Casilda siguiera viva y era ella quien llamaba ahora con tenaz insistencia. Tal vez el teléfono negro contaba mentiras, como si fuera un engendro maligno que existiera con el único fin de atormentarle y burlarse de su sufrimiento. Tal vez mañana despertara de su pesadilla y el cuerpo esbelto y bello de Casilda estuviera como siempre lo estuvo junto al suyo, caliente, suave, rendido por los deleites de la pasión. Tal vez escucharía su voz meliflua cuando descolgara el auricular. El teléfono negro sonaba y sonaba en el salón, pero Maximiliano estabapetrificado en su sillón, preguntándose si todo aquello había sido un mal sueño, si era Casilda quien llamaba para pedirle que fuera a rescatarla del aguacero atronador que convertía las calles de Puerto Banús en un lecho acuoso y deslizante, acariciadas por las tenues luces amarillentas de unas farolas que parecían llorar bajo el telón oscuro de una noche impenetrable de un invierno eterno.