Teníamos muchas ganas de que desplegaran todo su encanto, y todas sus habilidades, cantando, parloteando, practicando esa mezcla de castellano e inglés tan simpática, que jugaran con todo el mundo, que estrecharan lazos. Entre otras cosas, también es bueno que los peques salgan fuera de su zona de confort. Ahí es donde está lo inesperado, y las oportunidades de conocer cosas nuevas, de tener nuevas experiencias. Y de esas han tenido un montón; patear hojarasca, ver un agujero en un castaño e imaginar la casita de un búho o una ardilla, la chimenea, hacer equilibrios en troncos caídos... Es una zona de aprendizaje, donde aprender a sentirse más seguro.
Llegó el momento de la vuelta a casa, y al rato de montar en el coche, los padawanes volvieron a su zona de seguridad. El camino de retorno lo pasamos cantando, riendo, y charlando. Hasta se acordaban de algunos de sus juguetes que esperaban en casa. Y claro, al llegar, tocaba jugar un rato, daba igual la hora, o lo cansados que estuviéramos. Suele pasar que el trayecto de vuelta no es tan largo como el de ida. La razón es que nuestra zona de confort se amplía cada vez que salimos de ella y asimilamos algo nuevo en la zona de aprendizaje. Y cada vez nos sentimos un poco más seguros en un radio un poco más amplio. Poco a poco. Es otra forma de hacer nuestro mundo más manejable, y hacer desaparecer por el camino algunos miedos. Es otra forma de crecer.
¡Que la Fuerza os acompañe!