Miedos e intolerancias

Publicado el 13 abril 2011 por Daniela @lasdiosas

“Humala tenías que ser,” le dice un hombre joven con pinta de bancario al chofer de una combi que maneja como lo hacen la mayoría sin importarle los pasajeros ni peatones. (1) Quizá hace un par de meses no se le hubiera ocurrido hacer esta analogía, hubiera dicho sencillamente “indio” o “cholo tenías que ser”, reflejando en la frase la carga valorativa que sobre el otro, el diferente, el que vino de la sierra o de la selva, o sus descendientes, tiene una buena proporción de la población limeña, en especial aquella que veía en el crecimiento de la candidatura de Humala el riesgo de que, como lo recalcaba la prensa, se perdiera lo logrado con el tan mentado crecimiento económico, que debe decirse ha favorecido sólo a un pequeño sector de la sociedad peruana, mientras la otra ha seguido de espectadora solamente.

El miedo que se apoderó de algunos y algunas estos días generó que se expresara ya sin los límites que impone el raciocinio, las buenas costumbres o el pensar primero y hablar después, la visión subalterna que se tiene de los otros y otras que forman la mayoría de la población peruana.

A partir del jueves, cuando a través de la prensa extranjera se ratificó lo que ya las encuestas del 3 de abril habían evidenciado, que Humala llegaba a más del 30%, seguido por Keiko Fujimori, se activaron las alarmas. “¿Qué hacemos?” decían en sus cuentas de Facebook algunas personas que durante los últimos años estuvieron cómodamente asentadas en el modelo. “No hay que permitir el salto al vacío,” insistía Alejandro Toledo, que hasta hace poco lideraba las encuestas. “No hay que permitir el retroceso,” decían otros, “nos estamos yendo a la profundidad del abismo,” terciaban angustiados algunos, mientras los medios masivos incentivaban los miedos, las angustias y las desilusiones de un sector de la ciudadanía que hasta hace poco veía como seguros a sus candidatos.

En algunas partes, hubo pequeños ataques de pánico. El jueves en algunos supermercados podía verse a personas proveerse, no sólo de vino o whisky para pasar el trago amargo de una anunciada derrota de sus preferencias electorales, sino de agua, de arroz y azúcar para aprovisionarse frente al desabastecimiento que se había rumoreado se produciría el lunes cuando Humala ganaría la primera vuelta como lo habían señalado todas las encuestas y que se ratificó hoy, sorprendiendo a más de uno su caudal de votos en algunas regiones.

“Es mejor pagarle la multa a tu empleada a que le de un voto más a Ollanta,” decía un mensaje que circuló en Twitter el sábado, dando cuenta no sólo de los niveles de desesperación en que pueden haber caído, los que apostaban por otras candidaturas, sino también de la imagen que se tiene de la población que se supone votaría por Ollanta. Ella, la empleada, no es una ciudadana con derechos, parecería ser sólo una mujer que debe recibir las ordenes de la patrona, que cree que puede decidir sobre quizá el único momento en que una acción tiene el mismo valor para todas y todos, en que la “patrona” y la “sirvienta” se equiparan.

Sin embargo, pese a la campaña montada, en la cual todo valió, un sector de la ciudadanía siguió apostando por la candidatura que le proponía un cambio, nuevas alarmas sonaron. En lugar de buscar las explicaciones de esta intención de voto en las expectativas frustradas de la población que con tanto megaproyecto esperó mejorar su situación, pero que durante todos estos años vio que sus condiciones de vida no cambiaban ― “aquí no ha cambiado nada” me dijo una señora en Toccate, comunidad en Ayacucho por donde pasa el ducto de Camisea ―, se insistía en los calificativos subvalorativos.

¿Cuál futuro se les exige que defiendan? ¿En qué futuro no piensan?, me preguntaba al leer un texto de una reconocida periodista (2), cuando es precisamente por ver un futuro similar o peor que exigen cambios sustanciales al modelo. Las explicaciones que se lanzaron dieron cuenta de un país fragmentado, escindido, evidenciaron la enorme distancia que hay entre los mismos peruanos, un sector que no entiende a los otros, que no lo intenta y que piensa que por querer cambiar en algo el orden de las cosas son ignorantes, sin educación, sin raciocionio, faltos de oxígeno, menores de edad y por ello no les correspondería tomar decisiones sobre su país como ciudadanos y ciudadanas que también sueñan y quieren futuro. “Es que la mayoría no tiene estudios universitarios, ni siquiera educación secundaria, entonces nos toca a unos pocos elegir lo mejor para todos,” dice una muchacha joven en una discusión en un muro en Facebook, reafirmando esa visión que tienen de sí mismos los y las que se creen los dueños y dueñas de la verdad y de los otros.

Faltos de memoria, se les ha dicho con tono acusatorio a un sector de la población que vivió la violencia de la guerra interna y que ve en la hija de Fujimori la posibilidad de continuar con la tranquilidad que volvieron a tener luego de vencida la subversión. En realidad, para mucha gente, como Feli, Aida, Josefina y Juana que vivieron en Ayacucho en el sasachacuy tiempo, optar por esta candidatura ―que como sabemos es la proyección de un sistema criminal y corrupto en el que se violaron los derechos humanos, con la anuencia de alguna gente que hoy se dice adalid de los mismos― es precisamente mostrar que tienen memoria, esa memoria oficial que se instauró en muchas zonas no sólo ayacuchanas, la memoria de los vencedores que usurpó el papel que ellas tuvieron en la lucha antiterrorista y que las confinó nuevamente a ser las implementadoras de los programas sociales y de políticas asistenciales.

“Por lo menos Fujimori hizo algo por el país,” dijo una adolescente en Huanta, reflejando lo que sus padres le han contado, la reelaboración que han hecho de sus recuerdos. Ahí está un poco del voto fujimorista, en esa memoria y en esa semi ausencia que para ellos ha tenido durante tantos años el Estado, que aún no repara el daño causado. Es cuestionador para la democracia que ciudadanos y ciudadanas que sufrieron tanto daño apoyen una candidatura que se ha reafirmado en las acciones de su padre, que son el reflejo del mal absoluto, pero no es irracional, no es porque sean ignorantes, porque no tengan memoria, en muchos casos tienen otras miradas, otras expectativas y experiencias.

Dice Carlos Iván Degregori que “Construir ciudadanía en cualquier país, y mucho más en un país pluricultural, implica la igualdad ante la ley pero, además, el respeto escrupuloso a las diferencias. El reconocimiento del Otro. Otro en el que en nuestro caso se entrelazan jóvenes, mujeres, pobres, indígenas, aunque la otredad racial y étnico-cultural sea la más prominente. Para la construcción de una comunidad nacional ese reconocimiento implica pasar de la tolerancia al respeto y la estima, que son los antónimos de la mezcla de miedo y desprecio que ha predominado en nuestra historia.” (3)

Mientras persista el no reconocimiento del otro y de la otra, de sus derechos, de su ciudadanía, prevalecerá la intolerancia, el racismo, la discriminación, la indolencia, la estigmatización. “A mí Humala no me desilusiona ni me da miedo,” me dice una amiga. “A mí lo que me da miedo es que Humala no gane,” dice un hombre marcado por tatuajes en brazos y rostro, en un bar en el centro de Lima.

A mi lo que me da miedo, digo yo, es la intolerancia y toda la basura que posiblemente se verterá en esta segunda vuelta, en que la ética que debería prevalecer en la política será puesta a dormir el sueño de los justos, con la esperanza de un triunfo cueste lo que cueste, porque el fin justificará los medios. Espero de verdad equivocarme.

Por Rosa Motalvo Reinoso

madamrosa1@gmail.com

Noticias Ser Perú

La Ciudad de las Diosas

Notas:

(1) Contado por una testigo de los hechos.

(2) Patricia del Río, “Que se joda el resto”, Perú 21, 9 de abril del 2011,http://peru21.pe/impresa/noticia/que-se-joda-resto/2011-04-09/301171

(3) Carlos Iván Degregori, “Desigualdades persistentes y construcción de un país de ciudadanos”, en Cuestión de estado Nº 33-34. Lima, IDS, 2004, pp. 24-31.