Mientras brindamos

Publicado el 25 febrero 2011 por Alfonso

Nucky Thompson, el tesorero de Atlantic City interpretado por Steve Buscemi en la última confirmación de la supremacía de la televisión por cable sobre el cine de Hollywood, Boardwalk Empire, serie avalada en su primera temporada por Martin Scorsese, camina sabiendo que cada uno ha de decidir por si mismo con cuánto pecado puede vivir, lo que confirma que los políticos han de tener unas espaldas muy anchas para soportar el inevitable peso de su cargo, de su conciencia. Así, al-Gaddafi debe ser de muy fuertes hombros y grueso lomo para soportar el peso de tanto hermano muerto, o quizá porte una mochila que le ayude en la tarea, cesta disimulada bajo las largas y holgadas cortinas que viste a modo de túnicas: tanto da. Y quien dice el militar libio, dice el rey de marruecos, por razones similares en lo moral y a veces incluso en la estética, el ministro de Trabajo e Inmigración sueco, por salir en busca de talentos por el sur de Europa cuando su país esterilizó a 230.000 personas entre 1935 y 1996 alegando razones de "higiene social y racial", o el señor que ayer te prestaba su estilográfica mientras te felicitaba por tu excelente nueva compra y hoy te niega un fósforo aunque te vea pasando frío debajo de un puente al lado de una montón de leña apagada.
En este momento menguado de la civilización occidental, era en la que los buenos estudiantes saben que el dinero, la fama, el éxito, la comodidad, son lo Único y el Todo, que uno vale lo que su agenda de contactos (suma de Facebook, iPod, Universidad, amistades, familia, vecindario y gimnasio -el orden de factores, aunque altera el producto, lo hace mínimamente, y a la larga el tiempo reordena la lista del modo más rentable-), que es mejor, y más sencillo, inventarse un empleo que acceder a uno, mucho se especulaba sobre la próxima crisis, cuál sería la próxima burbuja en estallar: la inmobiliaria china; la del oro; la de los cereales; la de las tierras y metales raros; las redes sociales (apuesta segura); las energías renovables; los mercados emergentes, con India y Brasil a la cabeza... El caso es que nadie vaticinaba una catástrofe política, natural en cierto sentido, no por expansión, que afectase a algún sector económico con peso específico grave y propio, como el petrolífero, momento cercano que habremos de sufrir si no hay más remedio, y parece que no lo habrá, y que viene a demostrar la dependencia que tiene occidente de ciertos territorios y sus gobiernos, intocables mientras emitan las regulares facturas. Bueno, nadie no, que seguro que mañana sale algún avispado recordándonos su advertencia en un video colgado en TuboTuyo o con un recorte, bien plegado, del Financial Times. ¡Con lo fácil que sería ponernos manos a las obras y reescribir la revolución industrial sin el petróleo y sus derivados! Bueno, fácil no, pero grato sí. Cómodo lo sería si las leyes dejasen inventar sin tanta burocracia e impedimentos y si los políticos tuviesen vocación de servir a los pueblos en vez de que estos les ayuden a llenarse los bolsillos. (Y abro aquí un paréntesis para añadir que no me creo lo de los fajos de billetes encontrados en el palacio del cobarde Ben Ali, al menos no en tanta cantidad: la prensa rumana pasó de decir que Ceaucescu era el mejor de los jefes, cuando era un dictador, a enseñar más de 4000 cadáveres de disidentes ejecutados en Timişoara, cuando no fue así. Claro que pasado el tiempo a quién creer, al que entonces narró la noticia o al que presenta hoy las pruebas del engaño. Y aún pretenden algunos que lea libros de historia, que deje la novela, la ficción, y descubra las causas del incendio de la Roma de Nero o como se conquistó el Orinoco contado por el último cantamañas con toga y birrete: si todavía discutimos si el Tejerazo se pudo ver retransmitido por TVE en directo o no, y sucedió hace 3 décadas.)
Así las cosas, esperando a que a los surtidores de las gasolineras les muevan la coma de los decimales un dígito hacia la derecha, o dos, podemos reflexionar sobre quiénes se pasean con chófer a cargo de todos nosotros, porque no es cierto que se necesite perspectiva para juzgar a al-Gaddafi, Mohammed VI, Al Khalifa, o, por cambiar de aires, Binyamin Netanyahu, Hú Jǐntāo, Silvio Berlusconi. Lo que hace falta es ibertad de elección para quienes los hayan de padecer a diario, por supuesto, pero también arrestos de sus colegas extranjeros para tirarles de las orejas cuando sea necesario: hace días que nos dicen que vivimos en un mundo globalizado y no está de más recordar que Hitler se escudaba en las palabras democracia y soberanía cuando maltrataba a judíos y polacos. El problema es que hagamos como en Boardawalk Empire la indefensa Margaret Schroeder, personaje bordado por la atractiva Kelly Macdonald, cuando dice que las noticias no son lo mismo sin champán y busca su copa, y descorchemos la botella sin reflexionar si la nueva es buena o no tanto. Aunque brindar por el futuro es señal de que estamos presentes, e
l problema es que el ruido del descorche preceda una fiesta celebrada antes de tiempo y con resaca inolvidable. Y con ello no quiero decir que al-Gaddafi y un ciento más deban permanecer en sus sillones, sino todo lo contrario.

Margaret Schroeder y Nucky Thompson