Nº de páginas: 350 págs.Editorial: CIRCULO DE TIZA, 2016.ISBN: 9788494434068
Recopilación de textos. Uno de esos libros que te llevarías a beber unas cuantas cervezas. Que lo lees en cama un domingo por la mañana, una tarde de lluvia, esperando en el dentista. Pero, sobre todo, en bares, en terrazas con el vermut de barril y un pincho de tortilla. Y en esas noches en las que no duermes, lees.
Comparto humor, y frases escuetas. Mientras pasaba las páginas tenía la sensación de estar charlando con el autor, riéndome. Me hice recordar muchos libros, escritores, cine. Entran ganas de leer más, mucho más.
Muy recomendable.
Un pueblo que pierde la capacidad para convocar una reunión alrededor de la barra de un bar, es un pueblo muerto. Da igual que aún tenga habitantes. Como pueblo, es un cadáver.
Tengo tendencia a pensar que todo aquel que lleva esta clase de libros en la mochila es un pez gordo. Alguien importante. No tanto en el sentido de reconocido o influyente, como de enriquecedor para gente que lo rodea. Hay lecturas que no pasan en vano, que son radiactivas, que cambian a los que están en su perímetro.
Nos pasamos la vida negando el lado de cada uno que, inevitablemente, emerge en las grandes hostias y en los desengaños. Cuando emerge, y hay testigos, estos quedan impresionados. No conocían esa parte de nosotros. No es tanto decepción lo que sienten, como sorpresa ante un descubrimiento mayúsculo.
La felicidad, que nadie sabe a ciencia cierta que es, más allá de ir golpeándose con ella a oscuras, como si fuera la arista de un mueble en una habitación sin luz, probablemente sea eso, el detalle acariciado.
Cuando me tomo un Martini, me siento más grande, más sabio, más alto. Cuando tomo un segundo, me siento superior. Cuando tomo alguno más, no hay nada que pueda detenerme. William Faulkner
Durante una etapa de mi vida usé bata para estar en casa, como George Roper.
Hacía ya tiempo que, como aquel paisano, habíamos pasado de asegurar que en este país todo está por hacer, a lamentar que en este país no hay nada que hacer. Salvo beber como en los viejos tiempos.
Me olvido enseguida de los veranos que acaban bien. Los finales tristes, en cambio, perduran, y cuando tiempo después los recuerdas, adquieren enseguida el sabor inconfundible de la prosperidad.
Nunca hay que desertar de un buen ridículo.
Ya alguien advirtió que muy pocos sueños se cumplen. El resto se roncan.
Los escritores hoy en el silencio, descubren lo invisible y después lo cuentan. Pacífico de Antonio Garriga Vela
Algunas cosas, cuando se quedan a medias, hallan su final perfecto.La vida humana está llena de finales que nos decepcionan.
Cortázar vivía en París desde 1951, cuando el gobierno francés le concedió una beca de 10 meses para ampliar estudios. Prepara una maleta de circunstancias, aunque para quedarse a vivir allí toda la vida, y el 15 de octubre, lunes embarca en el Provence. Metidos entre la ropa, se llevó unos pocos libros, que le robarían en la Cité Universitaire, donde se alojó en los primeros meses y un solo disco. Era un viejísimo blues de mi tiempo de estudiante, que se llamaba Stack of Lee Blues, y que me guarda toda la juventud.A veces, andando en la Vespa por el centro, me ha saltado una sensación de irrealidad casi angustiosa. ¿Qué es esto? ¿Qué hago yo aquí? Y entonces me río y se me pasa. El futuro se lo dejo a los empleados de banco y a los señores con planes de vida y ambiciones.
El disco que se lleva Cortázar como testigo de una juventud, y su colección de jazz vendida antes de partir, sumando unas cuantas casualidades de este fin de semana, me llevan a un vinilo de:
Las primeros temas de Loquillo y Sabino.Moches de Radio 3.Descubrir cada día una docena de canciones y cantarlas.El instituto, amigos, horas en el bar y paseos por la Guía.Tardes en Vinos que terminaban al amanecer.Yo para ser feliz quiero un camión.Muchas risas.Conciertos de verano en Castrelos.Loquillo acodado en la barra de un bar.Cazadoras de cuero.Aquel camarero tan guapo.Bares que desaparecieron.Locales con buena música.Un pedacito de nostalgia.