Mientras los demás duermen.

Publicado el 04 agosto 2011 por Alguien @algundia_alguna

El título de un cuento de Ernest Hemingway, Mientras los demás duermen, sugiere en su plural que el insomne es alguien que está solo. El insomne sale de una circulación cotidiana, aunque sueñe con los ojos cerrados o para dormir despierto, si queremos usar el título de Jean-Bertrand Pontalis, bajo la forma de esa contradicción flagrante. ¿Habría que diferenciar la duermevela del insomnio? ¿Es lo mismo estar desvelado y no poder dormir que despertar en medio de la noche y no volver a conciliar el sueño?

El insomne. El plural, los demás, arrojan al insomne a una tierra de nadie habitada por el insomne y los otros. Porque el insomnio es de una singularidad absoluta. Es lo que afirma Scott Fitzgerald cuando afirma que “el insomnio de cada persona es tan diferente al de su vecino.” Esta extrañeza de los otros, esta segregación del mundo diurno, no como producto de la propia voluntad sino como un trastorno del sueño. Por eso, el insomnio escapa a las leyes de la noche. Se puede no poder dormir de día. Por otro lado, el adverbio mientras indica una temporalidad suspendida de la que ignoramos su duración. Leemos en los diarios de Franz Kafka: “Insomne, ni el menor contacto con seres humanos, excepto el establecido por ellos mismos, lo cual me convence por el momento, como todo lo que ellos hacen.”

¿Qué es lo que no duerme? La pregunta está formulada en el novedoso y exhaustivo libro de Pablo Chacón titulado Historia universal del insomnio. Tiempo y miedo en Occidente (Ediciones B). Develar semejante interrogante sólo es posible si la empresa está conducida por alguien que reivindica su condición de insomne. Algunos fragmentos de la antología que acompaña este artículo fueron extraídos de este libro.

La obra plantea preguntas cruciales tales como: ¿De qué huye el insomne? ¿Qué es lo que no duerme? El intento del libro es arrancar al insomnio del territorio de la psicopatología, los profesionales sanitarios, los trasnochados, para situarlo en una zona de indeterminación.

El autor reivindica el derecho del insomne. Cuando se lo pretende definir como una enfermedad, como una anomalía pierde su carácter de excepción. El insomnio va en contra de cualquier política de adaptación. Esa parte maldita, definida por Bataille como no perteneciente ni a lo animal ni a lo humano.

Incluso en su elogio del insomnio, el autor inventa la teoría del vigía, que sería una decisión voluntaria, de avanzada, de no dormir. Pero habría en el libro una idea de reintegrar el insomnio a la clase de los insomnes.

Un pequeño ensayo de Juan Molina, El mal dormir, es también revelador por las preguntas que plantea. ¿Cuándo comenzó el mal dormir? ¿Cuándo el hombre perdió el sueño dulce, reparador o profundo? “¿Cómo el dormir se extrañó de los hombres? ¿Cómo hemos pasado del sueño al insomnio?”

El autor arriesga una respuesta y la sitúa en dos obras de Shakespeare. Un indicio proviene de Macbeth: “Hemos asesinado al sueño”; otra verdad proviene de Hamlet, cuyo padre ha sido asesinado mientras dormía.

Es posible pensar que estos dos asesinatos crean problemas de conciencia y con ello nace el héroe moderno. El hombre ha perdido el sueño por lo que significa el peso de los actos sobre su conciencia.

El sueño es cada vez más liviano, las cosas suceden como en el cuento de Scott Fitzgerald llamado Dormir y despertar, donde el vuelo, el zumbido, o la picadura de un mosquito bastan para quitarnos el sueño: “Como ya dije, creo que aquella noche de hace dos años, fue la del comienzo de mi insomnio, pues me hizo conocer la sensación de que el sueño puede ser echado a perder por un infinitesimal elemento imprevisible.” Esta frase que conlleva la pérdida del sueño nos revela el carácter efímero y frágil del sueño moderno.

Pareciera que el insomnio fuera la representación ominosa de la eternidad: nunca más voy a poder dormir y el tiempo que parece estar detenido hace sentir su densidad en cada segundo que pasa. Hay algo temible en el insomnio, una condena, una maldición. El insomnio es una de las figuras que Dante reservó para los círculos del infierno: la repetición.

El miedo a la muerte. o poder cerrar los ojos porque cerrarlos equivaldría a no despertar más. Es una especie de insomnio forzado, casi su figura invertida.

En Mientras los demás duermen, el personaje de Hemingway espera el día siguiente: “Yo no quería dormir porque vivía hacía mucho tiempo sabiendo que, si cerraba los ojos alguna vez en la oscuridad y me dejaba llevar, mi alma saldría de su cuerpo. Había estado así durante mucho tiempo desde que una vez estallé en la noche y la sentí separarse, alejarse de mí, y luego volver. Trataba de no pensar en ello pero por la noche empezaba a sentirlo en el momento que me iba a dormir y sólo podía retenerla haciendo un gran esfuerzo.”

Es una abolición de la convención del tiempo que no estaría determinada por el huso horario sino que el insomne, al tener algo pendiente de una lista interminable que va tachando mentalmente, está ya instalado en el día siguiente.

El insomne no dependería ya de su necesidad de dormir, el sueño no lo vence, porque lo que determina su descanso es la luz del día apaciguadora respecto a lo ominoso de la noche.

Hemingway confiesa que rezar lleva mucho tiempo y deja de rezar cuando ve la luz del día. Ricardo Zelarayán escribió que recién se dormía cuando veía entrar por debajo de la puerta el diario de la mañana. No dejarse vencer por el sueño es un insomnio voluntario: “Estoy seguro que muchas veces me dormí sin darme cuenta, pero nunca sabiendo”, confiesa el narrador de Mientras los demás duermen.

La utilidad.¿Dónde situar el tiempo del insomnio? ¿En qué dimensión sucede? Lo cierto es que es un tiempo perdido que el insomne quiere recuperar, aprovechar con el pretexto de conciliar el sueño. Leer, mirar una película, escribir, estudiar, que ese tiempo del insomnio expulsado de lo productivo reingrese de alguna manera a la cadena interrumpida del hábito de dormir.

La pastilla inductora del sueño de aquel que no puede dormir, es diferente a la de la persona que se duerme y lo despierta vaya a saber qué cosa. Las pastillas, a veces hasta con su mismo nombre: Insomnium, se llama una de las tantas, pretenden funcionar como conjuro del insomnio.

El insomnio se vuelve esa cosa densa que es alimentada por pensamientos tortuosos. El sueño no puede interrumpirlos sino que son ellos los que interrumpen el sueño.

Si, como decía Freud, el sueño es el guardián del dormir, por alguna razón ha fracasado. Como Monsieur Teste, el personaje de Paul Valéry, al insomne se lo ha definido como un enfermo del pensamiento.

Es un tiempo en el cual las fantasías, los ensueños de amor, los sueños de ambición, los hechos heroicos, hacen que el vértigo de la imaginación impida conciliar el sueño. En este caso, podríamos hablar de un insomne voluntario que se resiste a dormir para soñar despierto.

Los humores. No se puede vencer al insomnio. Los psicofármacos resultan inútiles, también las tisanas naturales tales como el tilo, la valeriana; las ocupaciones inventadas parecen estúpidas. Es un combate desigual, la luz del día o el reloj despertador son la promesa de que mañana será diferente.

Es el tiempo de la vejez, el reloj biológico, el desarreglo hormonal, el catálogo de distintos desórdenes funcionales que tienen nombres médicos, es decir la medicalización del insomnio como síntoma patológico. En tiempos de Fitzgerald, éste lo situaba alrededor de los cuarenta años.
Quizás la pregunta sea la única salida. ¿Qué me impide dormir? En la soledad de la noche, la pregunta se puede multiplicar al infinito.

El insomne asocia, se desplaza en la superficie de una lengua sin fin. Es posible que exista una respuesta. Sí, pero para ello, es necesaria antes la pregunta. En la fatalidad de la lengua… ¿cómo saber cuál es la pregunta correcta?

El insomnio feliz.¿Y si no fuera un síntoma? ¿Y si fuera un tiempo que el hombre le resta a lo útil que implica cualquier actividad humana? Un tiempo que le pertenece sólo al insomne, un tiempo fuera del tiempo, un insomnio feliz. Es posible que en esta figura se refugien el conjuro y el exorcismo.

El insomne es como un muerto-vivo, ni despierto ni dormido, no pertenece al resto de los mortales que son durmientes. Está en la lengua.
Cuando alguien no duerme al día siguiente está hecho un zombie. Porque ese mientras, es el tiempo del insomne pero un tiempo que no le es propio porque es insomne mientras los demás duermen o sea cuando él también debería estar durmiendo.

Como bien señala Pablo Chacón, parafraseando la célebre frase de Rimbaud, (yo es otro): El insomne es otro.

La arquitectura del insomnio. El insomnio como la memoria necesita de reglas nemotécnicas. Reglas que se conocían como “los teatros de la memoria” o la arquitectura sacra que funcionaba como reservorio y tenía distintos lugares destinados para memorizar las partes del discurso.

En esa dispositio: el altar recordaba tal cosa, el atrio tal otra. El insomne es una especie de Funes el memorioso: “Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada sombra se figuraba cada grieta y cada moldura de las cosas precisas que lo rodeaban… Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea, en esa dirección volvía la cara para dormir.”

La inutilidad. Quizás el insomnio no puede ser reintegrado a la continuidad del tiempo lineal. Sería un destiempo, una interrupción en la cadena cronológica de la convención. Hay una necesidad humana de reintegrarlo incluso a la categoría de lo indeterminado.

¿Y si el insomnio fuese pura pérdida, algo inasimilable? Un tiempo perdido para el cual no existe un tiempo recobrado.

Mil noches en blanco. Texto: Luis Gusman. Publicado en Revista Ñ.26.07.2011.